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José Pettenghi Lachambre

Heridas y dignidad

TIENEN un cabreo de mil pares con el juez Garzón, ese rojo ateo y repulsivo ser del inframundo sociata que, ciego de odio, se le ha ocurrido ahora elaborar un censo de fusilados, desaparecidos y enterrados en fosas comunes desde el 17 de julio de 1936. Y que, en vez de ocuparse de cosas importantes como la nariz de doña Letizia, el tupé de Bono o si se casa o no la Duquesa de Alba, se dedique a artimañas truculentas que no conducen a nada. Rajoy ya lo ha dicho: "Eso es reabrir heridas". Podía haber soltado algo más original pero no, ha largado el topicazo retro-quirúrgico de siempre.

En Cádiz también hubo reacciones: "No tenemos nada que esconder", declaró algo irritado el concejal Pepe Blas; por su parte, el vicario general del Obispado afirmó: "Una más de Garzón, al que le encantan los asuntos populistas".

¿Qué tendrá este asunto que los pone a la defensiva? ¿Qué será? Si nada tienen que ver, supongo, con aquellos tristes acontecimientos ¿por qué se ponen así? Si además la Santa Transición decretó que esos crímenes quedaran perdonados y no se juzgara a nadie por ellos ¿por qué se alteran?

La reacción sorprende, y además puede ofender a los familiares de los miles de fusilados, asesinados y represaliados. Ya bastante tienen con escuchar que el alzamiento del 18 de julio no fue un golpe de Estado ilegal e ilegítimo que provocó una terrible guerra civil, sino una "acción preventiva" de Franco y un grupo de patriotas para salvar a España del caos y la "balcanización" (¿te suena esto?). Con saber que sus familiares tuvieron una muerte cruel tras haber sido acusados de ¡rebelión militar!, una perversión semántica e histórica, pues la única rebelión fue la del golpe clerical-fascista a la legalidad y a la democracia. Y con oír que el régimen franquista no fue una dictadura, si bien Castro, Milosevic o Pinochet son boys scouts en comparación con Franco.

Ahora, el Estado está obligado a darles respuestas. Ellos no quieren ganar una guerra que acabó hace 70 años, ni que sus muertos den nombre a ninguna calle, ni medallas, ni monumentos, ni que sean declarados héroes. Ni beatificados. Ni siquiera hay ira ni ánimo justiciero. Pero tienen derecho a saber dónde están enterrados. Y nosotros también, para comprender nuestro pasado, aceptarlo por duro y abominable que nos parezca. Y aprender de él para no avergonzarnos, como pueblo, de nuestras heridas abiertas, miserables y primitivas.

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