Su propio afán

enrique / garcía / mÁiquez /

Natalidad y señorías

AL rebufo mediático del niño de Carolina Bescansa en el Congreso, Rafa Miner, en Lainformación.com, ha publicado la tasa de natalidad de los diputados por grupos (Podemos el más bajo y DL el más alto) y en global. El método no es del todo científico, pues extrae los datos de lo que declaran sus señorías en sus biografías, pero se sabe que algunos, como Pedro Sánchez o Alicia Sánchez-Camacho, no mencionan a sus hijos. Con todo, es significativo, porque la tasa de natalidad es muy baja: 0,80, lejísimos del 2,1 necesario para asegurar el relevo generacional. Es tan astronómica la distancia que, incluso aunque las cuentas no se hayan ajustado de modo minucioso y aunque algunos diputados están en posición de tener todavía hijos, como les deseamos, podemos concluir que el Congreso tiene un problema serio de natalidad.

Como la nación cuya soberanía ostenta. Al menos en esta cuestión el sistema parlamentario sí se ha revelado como un modelo representativo. Y me temo que la representación también se observa en plano intelectual, porque, siendo uno de los problemas más acuciantes que tiene planteados España, no parece preocupar lo más mínimo, ni a la sociedad ni, a lo que se ve, a los diputados.

Por supuesto, cada caso es un mundo y yo, que tampoco tengo la prole bíblica que me hubiese gustado, no juzgo a nadie. Quien la lleva la entiende. Una de las pocas ventajas de la estadística es, justamente, que permite juzgar sin personalizar, sabiendo que los grandes números asumen y amortiguan las circunstancias personales. Y lo que se juzga, ya digo, es que el Parlamento es poco prolífico. Se prevé que en todo, pues pocas leyes van a sacar esta legislatura, aunque yo ahora me refiero a lo otro.

Y la cuestión tiene una enorme importancia, además de la crisis demográfica. Una tentación de la democracia con sus elecciones cada cuatro años (si hay suerte, que casi nunca la hay y se adelantan; y vienen las autonómicas y las europeas y las municipales), con sus elecciones a cada rato, digo, es que no se tomen medidas a medio o a largo plazo porque no rinden provecho electoral. Lo fácil es amarrar la victoria en las próximas, y vámonos que nos vamos. Por eso, los políticos con hijos serían tan deseables. Que el amor paternal y el maternal les empujasen a velar por el bien de la sociedad, de España y del mundo con la vista puesta más allá de sus narices, de su ombligo y de su sillón.

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