Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

juan Antonio Delgado Ramos

El esclavo del que vengo

Un parlamentario bucea entre sus antepasados en la Bahía de Cádiz

Como cada tarde, Martín, el cura de San Juan Bautista, de Chiclana de la Frontera, procedía a despachar con los feligreses de su parroquia que le habían pedido cita. Luego seguía un rato más firmando documentos, expidiendo certificaciones y resolviendo otros trámites administrativos habituales de su iglesia. Esa tarde de agosto de 1677, le tocaba hacer el expediente previo al matrimonio de Joan de San Joseph y de Cathalina Gómez, que ya le habían manifestado su intención de contraer matrimonio en esa iglesia. Ninguno de los dos era natural de Chiclana y, por lo tanto, el trámite se complicaba más de lo habitual.

El procedimiento del expediente era el mismo de siempre: buscar las partidas de bautismo de ambos o pedirlas a la parroquia de origen para verificar que eran cristianos y averiguar si existía algún vínculo familiar entre ellos. En el caso de tener parentesco en algún grado de consanguinidad se requeriría una autorización de Roma, una bula. Además de las fes de bautismo, los contrayentes tenían que presentar al menos a cuatro personas que sirvieran de testigos de lo que ellos habían manifestado.

Por aquellas fechas, la vecina localidad de Cádiz era una ciudad muy próspera e importante debido al comercio con Las Indias. En ella residían gentes originarias de cualquier parte del mundo, convirtiéndola en una ciudad especialmente cosmopolita. Como dijera Ramón Solís en su libro El Cádiz de las Cortes, parte de ese carácter abierto del gaditano se debe precisamente a esa mezcla de culturas y mestizajes. Aquella abundancia salpicaba a la cercana Chiclana y en general al resto de pueblos de la Bahía de Cádiz.

Pero también, como en toda sociedad, por muy próspera que ésta sea, siempre encontramos la otra cara de la moneda: la de la extrema pobreza de los olvidados. En el escalón más bajo de la pirámide social del Cádiz de los siglos XVII y XVIII se encontraban los esclavos. Sí, porque en esa época la ciudad fue también uno de los principales puertos de entrada y tráfico de esclavos de España. Una de las consecuencias de esta actividad fue que en el periodo de 1600 a 1749 se produjeron en la ciudad 1.889 matrimonios en los que al menos uno de los dos contrayentes era esclavo, según un estudio realizado sobre la población esclava en esta capital.

En el nomenclátor de Cádiz ha quedado inmortalizado ese pasado esclavista de la ciudad. Así, en la actualidad una de sus calles cercanas al puerto se llama "Callejón de los negros", según algunos historiadores porque era en ese callejón donde esperaban encadenados los esclavos recién llegados de los barcos para pasar los trámites aduaneros previos a su venta.

Joan de San Joseph era uno de esos esclavos llegados a Cádiz desde África. Pertenecía a doña Ana de Arriaga, una acaudalada señora afincada en la capital gaditana. Ella, como propietaria, era parte fundamental del expediente matrimonial y en él describió a Joan como "moreno, pelo negro, una señal en el pescuezo, de buen aspecto, delgado de hedad (sic) veinte y un año". Según sus rasgos, su etnia y su zona de procedencia podían ser descritos como negros, mulatos, pardos, morenos e incluso blancos.

En su testificación, Ana de Arriaga explicó que compró a Joan a un vecino de Cádiz, sin especificar más datos sobre él, como su procedencia o el nombre de sus padres. Lo más importante que se recoge en el documento es el compromiso de su propietaria, que le daba a Joan carta de libertad con motivo de su matrimonio, algo que no era lo habitual.

Por su parte, la que en breve iba a ser su esposa, Cathalina Gómez, era hija de Francisco Gómez y de María Márquez, un humilde matrimonio que llegó a Chiclana desde Écija (Sevilla) en busca de prosperidad. Lo cierto es que los padres de Cathalina no hicieron fortuna en Chiclana. Más bien ganaban lo justo para ir tirando. Debían de ser pobres casi de solemnidad. Sólo así se explica el matrimonio de Cathalina con un esclavo, algo que no estaba bien visto, ni siquiera entre la gente más humilde.

Años antes, en 1665, tras enviudar, doña Ana de Arriaga había decidido trasladarse a Chiclana, lugar escogido por una parte de la burguesía gaditana por sus fuentes termales, sus playas y especialmente en busca de tranquilidad, huyendo del bullicio de la capital. A ese viaje la acompañaron sus esclavos, entre ellos Joan de San Joseph, que por aquel entonces tenía 10 años.

Años después, el destino quiso poner en el mismo camino a Joan y a Cathalina, que entablaron una relación que acabaría en matrimonio ese caluroso mes de agosto de 1677. Él, con 21 años, y ella, con algunos menos. Después de su boda, Joan cambió su apellido San Joseph por el de López y pasó a llamarse Juan López en una especie de huida de aquella estigmatizada vida anterior que no debió ser nada fácil. El cambio de apellidos era algo muy normal en la época. De hecho, había familias en las que ningún hermano coincidía en sus apellidos, ni entre ellos ni con sus padres.

Hace ya casi veinte años que motivado por la curiosidad y sobre todo por mi afición a la Historia comencé a investigar y a construir mi propio árbol genealógico. La labor, como bien sabrá cualquiera que haya puesto en marcha esta tarea, ha sido inmensa. Superando múltiples trabas administrativas viajé en busca de fuentes documentales en archivos históricos de los registros civiles y militares y de la Iglesia Católica, entre otros, dedicando horas y horas a la lectura y al estudio y a descifrar caligrafías imposibles…

En la actualidad he podido localizar y documentar a mis antepasados remontándome hasta el año 1530, con ramas esparcidas por muchos lugares de España y Europa. En el camino me he encontrado con pequeñas grandes historias, que es en definitiva lo que iba buscando. Algunas de ellas ya las he contado anteriormente. Disfruto investigando, escribiendo la historia desde abajo, desde las vivencias de la gente normal y corriente, que generalmente nunca se cuentan. Lo que les he relatado con mucha veracidad y poco adorno es la historia de Joan y Cathalina, dos personas sencillas que pertenecen a mi árbol genealógico, del cual yo soy su orgullosa undécima generación.

Quién les iba decir a esos humildes novios que 339 años después de su matrimonio, un descendiente de ellos sería diputado en el Congreso del país que ellos dejaban a sus hijos, y éstos a los suyos, hasta llegar a esta España democrática que aún lucha por evitar algunas desigualdades. Más de tres siglos después, si los tuviera delante, solo les diría dos cosas: Gracias y Sí, se puede.

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