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rafael / sánchez Saus

El bautizo como espectáculo

UNA de las serpientes que nos han entretenido este largo y tórrido verano ha sido la de los avatares del transexual de San Fernando empeñado en ser padrino de bautismo de un sobrino. Es uno de esos acontecimientos inauditos que suscitan la curiosidad pero también el morbo. Un morbo procedente de la desasosegante y repentina asociación entre dos mundos que uno tiende a situar en regiones muy distantes y sin enlace de la vida social: por una parte, el fruto de la aplicación extrema de las soluciones que la ideología de género propugna hoy para disfunciones que siempre han existido y nadie creía necesario resolver haciendo del bisturí un argumento biológico, filosófico y hasta teológico. Por otra, la vida de la Iglesia en su cotidiana vertiente parroquial, tan popular como ajena en principio a tales fenómenos y a los problemas que plantean allí donde hacen su aparición.

No es extraño que a lo largo de estas semanas el Obispado de Cádiz haya mostrado dudas sobre la mejor solución al caso. En efecto, no se trata de un asunto sencillo desde ningún punto de vista, más bien es como uno de esos toros que nada más salir a la plaza invitaba al respetable a mantenerse en silencio y expectante a ver qué hacía el maestro con el bicho. Pedir ese silencio respetuoso a la gran solanera en que se ha convertido este país es una pretensión que nadie, y menos la Iglesia, puede reclamar. La serpiente de verano, esta vez más venenosa que simpática, estaba servida.

Ahora Roma ha hablado y el caso, en su vertiente estrictamente eclesiástica, ha sido cerrado con un comunicado que deja clara la posición de la Iglesia universal. Sinceramente, lo que menos me podía esperar es que el frustrado padrino, al que se nos presentaba como modelo de virtudes cristianas, diga ahora que entonces él apostata y el niño no se bautiza. ¿Qué idea de la fe y del bautismo tiene esta persona? Y los padres de la criatura, ¿creen que es más importante el padrino que el sacramento que pedían para su hijo? Parece claro que aquí importaban poco el bautismo y el bautizado, y mucho el padrino transexual, las televisiones y el escándalo. La sociedad ha mejorado lo bastante como para sacar estos fenómenos de la barraca de feria, pero algunos quisieran ahora trasladarla al templo. Los mercaderes de hoy ya no venden tórtolas en el atrio sino mucho morbo y salsa rosa.

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