Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

La tribuna

Eugenia / jiménez / gallego

Pasado vivo

LAS vacaciones suelen incluir algún viaje familiar a lugares que recordamos con nostalgia, encuentros con parientes que apenas tratamos durante el año, más tiempo con los abuelos. Y a veces nos cansan las batallitas inevitables que esas visitas encierran. Sin sospechar el tesoro oculto y precario que pueden esconder.

Durante este año he estado investigando mi genograma. Se trata de una representación gráfica de nuestro sistema familiar. Como un árbol genealógico que se extiende hasta los bisabuelos, pero con más información sobre historias, personalidades y secretos: los muertos que no se nombran, los éxitos y los fracasos, los parientes excluidos por viejos rencores, los hechos que avergonzaron y se borraron. Mi última abuela murió antes de que yo pudiera culminarlo y me encontré con que algunas preguntas habían quedado en el aire para siempre, porque no quedaba nadie vivo para responderlas.

Esta investigación tiene más alcance que un simple viaje nostálgico. Cada vez hay más autores que la recomiendan como una vía de autodescubrimiento e incluso terapéutica. Desde la Psicología y la Pedagogía Sistémicas hasta la Bioneuroemoción. Yo misma he podido comprobar con mis alumnos su utilidad para que puedan comprender mejor las actitudes de sus padres y descansar en la guerra resentida contra ellos. Así les es posible dedicarse a buscar su lugar en su familia y en su vida, más que a culpar. Y ellos mismos expresan que de esta forma liberan energía para aprender.

Por azar, a la vez que emprendía esta búsqueda me encontraba leyendo una novela autobiográfica del laureado escritor Amin Maalouf, titulada Orígenes. En ella describe una indagación similar y expresa con maestría la misma frustración: tomar conciencia demasiado tarde de la necesidad de conocer la historia de su familia para completar su identidad. Él llega a viajar a su Líbano natal y hasta a Cuba en pos de información, lo que convierte su travesía en una aventura casi épica. Sin llegar a tanto, en este viaje en el tiempo aseguro tantas emociones como las que nos puedan proporcionar las mejores novelas que consumimos junto a la piscina. Porque las vivencias más interesantes fueron las que no nos contaron, para mantener intacto el buen nombre familiar. Y porque posiblemente descubramos nuevas versiones, más sugestivas que la historia oficial que nos relataron de niños. Cuantas más resistencias encontremos para desvelar esta memoria histórica de cada casa, más reveladores pueden ser los frutos.

Nuestro genograma puede decirnos mucho incluso sobre las reglas con las que vivimos hoy, si comprendemos que el pasado está vivo en nosotros. Porque al conocer las razones que movieron a aquel familiar al que dicen que tanto nos parecemos algo se libera en nuestro interior. Porque descubrimos dificultades que se repiten: abuelos y padres en busca de un reconocimiento que no les dieron, hermanos que dejan de hablarse y lo mismo ocurre en la siguiente generación… Y porque muchas veces sobrevivimos en espacios demasiado angostos sin saber que nuestras normas se forjaron en circunstancias en las que eran necesarias, pero quizás ahora no lo son. Nos sacrificamos por guardar las apariencias porque hacerlo fue vital en los pueblos de la posguerra, o vivimos a la defensiva porque nuestra familia tuvo que armarse para protegerse cuando vivía en un barrio más amenazante. Si somos conscientes del sentido de nuestros hábitos podremos relativizarlos al fin.

Por otro lado, al asumir toda nuestra historia con respeto, sentimos una nueva fuerza, el poder atávico de todo el clan. Porque no somos tan modernos e independientes como nos sentimos, no dejamos de ser mamíferos de manada.

Y en cualquier caso, en este proceso de búsqueda retomamos vínculos adormecidos y les damos a nuestros mayores un sitio privilegiado de narradores, que les hace revivir. El camino se vuelve tan reconfortante como el hallazgo.

Sé que hoy todos tenemos en casa demasiadas pantallas para que los niños se ensimismen escuchando las narraciones de los ancianos. Aunque los humanos lo hayamos hecho así en torno a un fuego durante miles de años y hasta la generación de mis padres. Por eso este verano, aprovechando que estamos en mi Línea natal, voy a entrevistar a los abuelos para reconstruir un relato que pueda contarle a mi hijo en su cama de invierno. Y que pueda ofrecerle como regalo cuando tenga la conciencia suficiente para apreciarlo, pero quizá no tenga ya a las personas que puedan ayudarle a entretejerlo.

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