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Tribuna libre

fátima Ruiz De Lassaletta

'La Casa Dormida', tras los pasos de Fernán Caballero

QUE José María Pemán y Pemartín, en su obra 'Cuando las Cortes de Cádiz', puso en boca de doña Frasquita Larrea la frase: "Veamos, qué trae El Conciso", fue resaltar dos hechos históricos-literarios que hoy vienen a cuento. El que la dama gaditana del siglo anterior, esposa de don Nicolás Von Böhl de Faber - cónsul de las ciudades jansenistas e individuo de la Real Academia de la Lengua- era una mujer con inquietudes intelectuales, que mantuvo tertulia literaria propia a principios del siglo XIX y que habría de trasmitir en su familia, por generaciones, su condición y habilidades culturales; y que Cádiz, liberal y española, mantendría una prensa de influencia, de la que el 'Diario de Cádiz' es heredero directo y continuador del periódico citado, que alcanzaba a Las Américas, como hoy el Grupo Joly a Andalucía.

En aquel ambiente familiar ilustrado se cultivaron -entre Suiza y Andalucía- las hijas del citado prócer -hispanista y vinatero- y su inquieta esposa. De las que llegó a ser famosa en las letras fue Cecilia, bajo el pseudónimo de Fernán Caballero; mientras que Aurora fue la esposa de Tomás Osborne, con quien produjo una saga de bodegueros portuense que persisten hasta hoy y a la que pertenece, por vía materna, Lupe Grosso, la autora de La casa dormida, que edita Ulises y que presentó con sabiduría, anoche, su contertulio Enrique Fernández de Bobadilla, en las Bodegas González Byass, en el patio de La Constancia, repleto de amigos y sus tertulianos de 'El Búho'. Cuidada y atractiva edición, para la prosa lírica de la debutante.

Los pasos de Cecilia fueron breves pero firmes, como la personalidad y formas de la autora son comedidas, más contundentes. En la larga vida de Fernán Caballero -murió a los 80 en Sevilla, ciudad a la que se vinculó por su segundo y penúltimo esposo el marqués de Arco Hermoso- su obra resultó prolífica y tremendamente descriptiva de su época. Ahora, a la publicación de su primer libro -una historia familiar, hermosa y agridulce- Guadalupe Grosso y Romero tiene el bagaje no solo de las exitosas generaciones de hombres de empresa y mujeres de iniciativas portuense, sino la experiencia de las convicciones y actitudes sevillanas de los suyos, que ella sabe muy bien administrar, en provecho de los que la rodean, en su vida cotidiana.

Y he calificado la historia como agridulce porque tan poco queda ya físicamente de 'La casa dormida', que el editor ha elegido para la portada una foto descriptiva pero imaginaria del lugar donde la escritora sitúa la acción. En la seguridad de que lo que va a importar al lector es la enjundia y las vivencias de los protagonistas, que con frases medidas y tono pausado describe dulcemente Lupe, casi a 'soto voce', en estas memorias familiares de abolengo y actualidad. Tuve y circunstancialmente tenemos el privilegio de contar con ella, desde primeros de este siglo en otra tertulia -que yo llamo de Benavente, por otros de los cofundadores- donde sabe dejar la huella de sus pasos, esos que no directamente le llegan de Cecilia, sino de Frasquita, la tertuliana por excelencia - junto con La Villa Creces de Cádiz.

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