Con el sombrero en la mano como manda el libro de los hombres cultos"… Así, como usted cantó, Don Enrique, con sus 'Gitanos errantes' al principio de la copla, cuando éramos muy pocos y casi nadie creía en lo nuestro, así ando yo cantando desde la pasada madrugada en la que usted nos dejó tras la última cuarteta de su último popurrí, haciendo mutis por el foro del Gran Teatro Falla como en los viejos tiempos. Eso sí, con su sonrisa característica de caballero de siempre. Y es que ante usted siempre ha habido que descubrirse. Quitarse el sombrero, vaya. Pero quitarse el sombrero no ahora precisamente que nos deja huérfanos de ese compás magistralmente marcado durante toda una vida, con música y letra escritas con esa sabiduría innata con que solía usted decir la copla, maestro: "Esa es mi felicidad, / ese es mi orgullo, señores, / que sin saber ná de ná / cumplo mi deber de hombre". Para quitarse el sombrero mil veces. Y en estos recuerdos andaba cuando me vino a la mente aquella otra copla que, como una maldita profecía, le canté a usted hace ahora veinte años y que terminaba diciendo precisamente: "Veinte años pasarán, / cuando no estés aquí, / y te harán homenajes como a Paco Alba / y este es del alma, hoy que lo puedes vivir". Y hablando de vivencias, sabe bien, maestro, que jamás olvidaré sus enseñanzas en aquellas charlas magistrales que me regalaba en torno a una copa de vino en esa universidad del Carnaval en pleno corazón del barrio de la Viña llamada 'El Gavilán'. De qué manera me hacía usted disfrutar oyéndolo disertar de nuestras cosas cuando regresaba a nuestra tierra, su tierra, aprovechando las pocas fechas libres que le dejaban sus Beatles de Cádiz. Esos Beatles suyos que, como cuenta Antonio Burgos, fueron imitados por los Beatles de Liverpool, y no al revés. Y ahí estaba el maestro. Siempre elegantemente dispuesto, hablando de esa manera educada, pausada y entrañable que lo distinguió toda la vida. Y toda una vida iba a necesitar para expresar mis sentimientos por Don Enrique, inmersos en tantos recuerdos del alma. Aunque los que me conocen saben del cariño y respeto que siempre le profesé al maestro. Tanto es así, que cuando me nombraron pregonero del Carnaval en 1997, antes de confirmárselo al Ayuntamiento, llamé por teléfono a Don Enrique para que me diese su bendición, autorizándome a dar el pregón como así fue. Ya que yo entendía que, antes que a mí, tendrían que haberle hecho el honor al maestro. Pero a pesar de todo, estas fueron sus palabras: "Duro con él, Antoñito". Pues eso mismo le digo yo ahora, Don Enrique: duro con él. Que de igual manera que usted le cantó en su despedida a su colega del alma Paco Alba, hago esa copla mía y le canto: "Para que tú nos dejaras, / la gente de Cai tendría que olvidarte, / y ya ves como seguimos / contando contigo en los Carnavales"… Además, en Cádiz sabemos, y usted como gaditano lo sabrá mejor que nadie, que los genios nunca mueren. Hasta siempre, maestro.

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