Joaquín / quiñones

En la calle de un maestro

Llegó a Cádiz desde donde el Guadiana se hace marinero, y una de sus primeras labores la ejerció de fotógrafo ambulante en las inmediaciones de Novena y Palillero. Buscó en la cámara oscura para empaparse de Cádiz, el latir de las parejas y de las familias gaditanas que, endomingadas con trajes de La Riojana, lucían sus mejores galas por el paseo de las mañanas festivas de la ciudad.

Más tarde ejerció innumerables profesiones, desde ditero a comerciante, desde comerciante a representante o joyero, a todo lo que salía le echaba valor para paliar las necesidades de esos años 50 duros pero esperanzadores.

Y ya como amanuense de Astilleros tuvo la fortuna de entablar amistad con Paco Alba, que le animó a escribir, sin pensar que en los sesenta sería su más directo rival.

Cuenta su amigo Enrique Pérez Figuier, que entre ambos le compraban todos los cupones de la ONCE al maestro Mera, que tanto colaboró con su primer intento carnavalesco, que se llamó 'Los del Celeste Imperio', y que como agrupación coral, que entonces le llamaban los del régimen, pasó por las tablas del Falla con más pena que gloria.

Pero después, el año sabático de 'El Brujo' le vino como anillo al dedo para irrumpir con fuerza con esos 'Gitanos errantes', que con el sombrero en la mano, como manda el libro de los hombres cultos, alcanzó un lugar en la fiesta que hasta ese momento sólo estaba reservado para el creador de la comparsa.

Y después, sus 'Dandys negros', con acento afro-gaditano y ritmo de claqué a cargo del Peña, y más tarde con 'El oro de Andalucía', sublimó el día de las madres, con una letra imperecedera. Y así, hasta desembocar en 'Los escarabajos trillizos', que le hacen replantearse su vida, para pasear el nombre de Cádiz y ganarse a pulso el título de hijo adoptivo que lució con orgullo.

Y a partir de ahí, todo ha sido una trayectoria de buen hacer y sentido gaditanismo, y se sucedieron nombres míticos de agrupaciones, hasta completar un ramillete de comparsas triunfadoras, que remató con un sentido pregón que le llevó a derramar emocionadas lagrimillas.

Y recientemente, toda esa vida derrochada de versos y de música, ha desembocado en su calle, que junto a sus quince piedras, va a permanecer siempre iluminada, por los destellos de ese centinela gigante, cuya altura es comparable a la magnitud artística y personal de Enrique Villegas Vélez, que durante tantos años nos ha iluminado el alma con sus coplas.

Maestro Villegas, hasta siempre y que el arrullo de las olas que rompen en tu recién estrenada calle te acompañen eternamente.

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