Notas al margen

David / Fernández

El día menos pensado

LEpedimos a los chiquillos que sean responsables, que no digan que no se enteran. Les apagamos la tele sin dejarles abrir boca y les amenazamos una semana sin móvil si vuelven a olvidar que hay que lavarse las manos y ayudar a poner la mesa antes de comer. Suspiramos hondo, nos sentamos y ponemos las noticias. Los chiquillos tratan de disculparse con todo tipo de excusas, lo que les honra en parte. Hay adultos, mucho más insensatos, que ni se molestan. Y los medios no hablan de otra cosa: la detención de Rato; la declaración de Zarrías, que defiende la legalidad de los ERE; la aparición estelar de los ex presidentes de la Junta, uno hablando de un gran fraude, otro de cuatro golfos; pero ojo: ninguno sabía nada. No recibieron los avisos del interventor, que tal vez tendría que haberles pillado por la oreja y llevado hasta su mesa para hacerles entrar en razón: ¡Con el dinero público no se juega! Ambos, tan despistados, están sembraos. Aseguran ante la Justicia, ante la prensa y ante la constelación mayor, que ninguno sospechó, y ahora no entienden que tengan que pagar por ello. Como la Infanta, otra gran distraída. O como Rato, que tampoco comprende, desorientado, por qué lo detienen y por qué causa tanto estupor que guardara su dinero en el extranjero sin declararlo. El pobre es tan inocente, que tampoco presagió que los más vulnerables pagarían la fiesta de las preferentes. Como sus colegas. Al parecer nadie se entera en el puente de mando de las instituciones públicas.

En este país, en esta ciudad -al contrario que ocurre en nuestro entorno, donde por plagiar a tu compañero de pupitre en tu juventud o por una simple mentira dimiten los ministros por dignidad- nadie asume su responsabilidad. Tampoco el ciudadano resulta ejemplar cuando se escaquea con el IVA o cobra su chapuza en negro. ¿Los agentes sociales, económicos y políticos que nos representan se parecen a nosotros o nosotros a ellos?

Lo que nos diferencia del resto del planeta no es la cantidad de abusos y escándalos que salpican nuestra actualidad. Avariciosos, imprudentes y ladrones se dejan ver por todo el mundo. Lo que nos distingue es la sensación de impunidad reinante. En cualquier región civilizada, el que la hace, la paga. Aquí, hasta hace dos días, no sólo no era habitual, sino que se llegaba a sentir lástima y casi simpatía por el delincuente cuando lo pillaban. Hasta que se apagó la luz y se acabó la fiesta. Por fortuna -y porque la crisis puso las cosas en su sitio- algo está cambiando y ya nadie publica que cobra una pensión por la cara. Pero hasta hace bien poco, cuando alguien no lograba una paguita o un buen enchufe gracias a su cuñado, o lo señalaban por tonto -por lo tanto la paguita llegaba por defecto- o sospechaban que se lo hacía. Dados los costosos recursos de los que disponen y sobre todo las muchas prerrogativas de las que disfrutan, los únicos que no pueden decir que no sabían que fallaron todos los mecanismos de control a su alrededor son los poderes supremos del Estado. Igual que aceptaron el cargo y disfrutaron de tantos privilegios y medidas de gracia, ahora han de asumir su responsabilidad y dejar que otros ocupen sus puestos, cuando toca. No pueden borrarse y apuntar, por ejemplo, a los subalternos. A no ser que les dé igual que los chiquillos se rían hasta de su padre mientras recogen la mesa, el día menos pensado.

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