Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

AVE va, AVE viene

ESTUPENDO el reportaje de Pedro Ingelmo sobre la inminente llegada del AVE que no llega. El frívolo amante de las paradojas se solaza con un tren de alta velocidad que echa quince años de Madrid a Cádiz, que ni yo a la pata coja. Pero están también los duros datos, las fechas, los números…

¡Qué tira de millones! Y, ¿cuánto tiempo ahorraremos de viaje? Comparado con lo que tarda el Alvia, es ridículo: un cuarto de hora. Claro que el Alvia aprovecha la vía del AVE. Pensemos mejor, entonces, en las dos horas con respecto al Talgo de toda la vida. Y sopesemos, como nos pide Luis Garicano, los millones de euros y los minutos ganados y las veces que vamos a Madrid y el aeropuerto de Jerez, que devendrá deficitario; y calculemos luego a cuánto nos sale el minuto, más o menos.

Por supuesto, el propósito de Ingelmo no es dar argumentos a Garicano. El gurú económico de Ciudadanos se atrevió a criticar el AVE y ha levantado un aluvión de críticas de alta velocidad desde todos los ángulos. El periodista nos cuenta los hechos como son. Si los hechos luego dan la razón o razones a Garicano, es un problema de los hechos, y ha de juzgarlo el lector. Yo no soy imparcial del todo. No me mato por viajar, pero una vez en ello, cuanto más tiempo sentado en el tren, leyendo, mejor. El viaje en el AVE se me pasa volando, y lo lamento.

Aunque tampoco quiero hacerle feos al AVE, ya que llega, y es un lujo. Sólo pretendo romper una lanza por el derecho de Luis Garicano y hasta por su deber de plantear la cuestión. Chesterton decía que la tolerancia del mundo toleraba muy bien los pecados que no considera pecados, pero ¡ay de ti como cometas una falta, aunque sea mínima, que le incomode un poco! Ha sido el caso. El incauto economista ha pisado el avispero de un dogma del progreso: ¡oh, ave AVE!

Acabaremos, pues, con un pertinente consejo del Talmud: "Si todos están de acuerdo en señalar a un hombre como culpable, soltadle, es inocente". Quizá lo mejor de la democracia es que desarticula, por sistema, en principio, las unanimidades aplastantes. Por eso hay que tomarse en serio este diagnóstico de Gómez Dávila: "Los partidos políticos hoy no disputan por sus programas. Se disputan el programa". Independientemente de que Garicano esté en lo cierto o no, es una noticia saludable que algún político se salga del monótono guión del ''y tú más'' (para lo malo) y el ''y yo más'' (para lo bueno).

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