LA verdad es que cuesta situarse en el objetivo centro de una trifulca en un campo de fútbol. El pasado domingo el partido entre Cádiz y Melilla no estuvo exento de tensión. La incertidumbre que genera la tardanza del gol hace desesperar al dominador y rebelarse al dominado para enloquecer al dominador. En esas estaba el Melilla. El resultado fue que cuando se abrió la lata ni unos supieron ganar ni otros supieron perder. Y al final acabó en el centro de la polémica el de siempre: Juan Villar. Durante el partido ya tuvo algunos lances propios del onubense, de lejos el más encendido del Cádiz en cada partido. Cuando se consiguió el primero bien, pero con el segundo se puede observar a Villar dirigiendo la mirada a un grupo de jugadores melillenses derrotados a la obviedad de su inferioridad. No es de extrañar que hubiera alguna bonita dedicatoria de Villar, pero lo cierto es que el Melilla se olvidó de saber perder y rápidamente fue a torpedear la celebración del golazo de Kike Márquez. Y al otro lado está de protagonista el incansable Chota, típico jugador eterno de la división de bronce con fisonomía de no hacer amigos que no acepta la mofa ni sana ni mala.

Antes de que se produjera el intento de agresión a Villar por parte de Chota, la afición ya se encargó de calentar y recordarle al jugador su alopecia. Cada vez que recibía el balón, el grito de moda de Cristiano Ronaldo se escuchaba con intención irónica y más cuando fallaba fruto del nerviosismo. Esto no le sentó bien y acabó citando a Villar fuera del estadio y todo porque según él le llamó 'moro'. Estos días en la prensa se ha encargado de espolear dicha historia y, con poca idea, ha acusado a Carranza de gritos racistas. Tras pasar el tiempo de juego, sigue equivocándose en su forma de valorar estos acontecimientos que no deberían de darse en el fútbol. Puede que Villar provocara sí, está en su gen, pero Chota debería mirarse a sí mismo antes que arremeter contra la soberana grada de Carranza.