S UMIDA en la tibieza de su calefacción de suelo -alimentada por el gas del Mar Negro-, Ángela se escalofría al ver en la tablet el rostro determinado del zar/no zar ruso y, junto a él, la cotización del rublo en el día: 0,013 euros. Ángela derrumba los hombros, derrotada. Quién hubiera pensado que la perra con Ucrania era tan gorda. Qué empecinamiento. Qué extorsión más delicada. Algo mafiosa, como toda extorsión, pero delicada. "Smithers -farfulla, atragantándose con un pedazo de stollen-, prepare un comunicado no oficial para el Kremlin. Podemos pensar lo de Ucrania". Smithers tiembla un poquillo, pero está muy de acuerdo en que tener los pies calientes es una prioridad homeostática. "Ah, y Smithers -continúa la mujer-, añada que podemos incluir Finlandia. Una bonita dacha en Finlandia, ¿eh? Que, de hecho, estamos dispuestos a emborrachar a Santa Claus y soltárselo en la taiga."

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