La tribuna

pablo / gutiérrez-alviz

'Excálibur' responde

AYER mismo, sin ir más lejos, recibí un correo electrónico de una extraña pero original dirección: limbocanis@guauguau.es. Al parecer, se trata del remite colectivo que generalmente utilizan desde el otro mundo los perros más listos, es decir, los que ya difuntos no sólo ladran de memoria, sino que también se expresan con propiedad hasta por medios telemáticos.

A nadie debe extrañar que otras especies animales hablen o se expresen, porque desde Esopo hasta Iriarte o Samaniego todos, en sus fábulas moralizantes, ponían en continua conversación, sin mayor problema, a conejos, lobos, cigüeñas y cocodrilos. Cervantes, en su novela El coloquio de los perros, lo plasmó ejemplarmente con los diálogos de Cipión y Berganza.

Y es que me escribía mi querida perra Betty: una bóxer cariñosa e inteligente que murió hace pocos meses, de manera muy trágica. En su carta me habla de las tribulaciones de Excálibur desde que ha llegado al limbo animal tras su sacrificio por motivos de interés general. Como ya es sabido, se trata del famoso perro de Teresa Romero, que estuvo afectada por el virus ébola, y de su marido, Javier Limón.

Anubis, dios funerario de aspecto perruno, ha nombrado a Betty a modo de tutora de Excálibur, y, claro, charlan con frecuencia, como en un permanente "coloquio de perros", en el que Excálibur/Berganza confiesa su vida a Betty/Cipión, que reconduce su relato e intenta sacar las lecciones vitales o moralejas de cada caso. Y así, el perro de la auxiliar de clínica reconoce que tenía doce años de edad (es decir, ochenta y cuatro años humanos), que se sentía muy mayor y con bastantes goteras de salud aunque fue muy afortunado: sus amos, sin descendencia, lo mimaban como si fuera hijo único. También reconoce que se asustó mucho cuando se vio solo, sin sus dueños, pero que lo trataron bien en acogida y que al final lo sedaron para que no sufriera y ya, dormido, le llegó una muerte dulce. Incluso sabe que su sacrificio procede de una resolución del Juzgado de lo Contencioso número dos de Madrid con la adopción de las medidas correspondientes para paliar cualquier dolor, siguiendo los protocolos de bioseguridad y biocontención adecuadas a este riesgo.

El problema es que Javier Limón le ha mandado una carta a su perro Excálibur en la que le dice: "Acabaron contigo gente mala y sin sentimientos… te prometo que se hará justicia". Además, en una rueda de prensa posterior, denunció que fue ejecutado o asesinado, clamando por una peculiar venganza en la persona del consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid. Lo acompañaba un asesor que parecía que miraba al limbo soñando con su parte en la indemnización por el presunto daño moral. A mayor abundamiento, Teresa Romero, tras salvarse de la gravísima enfermedad que la tuvo al borde de la muerte, manifiesta que de todo lo sufrido "lo peor (fue) lo del perro". Este matrimonio se ha cogido una buena perra con este asunto. Hay que comprender su profunda tristeza por la pérdida de Excálibur pero, en mi opinión, ambos deberían estar felices de haber sobrevivido y asimilar, con orgullo, el sacrificio de su perro en beneficio de la comunidad.

Es cierto que en EEUU se ha salvado a otro perro porque lo pudieron aislar en una antigua base naval con todas las garantías pertinentes. Por otra parte, algunos especialistas estiman que el propio Excálibur era un buen ejemplar para investigar si estaba afectado y también calibrar la posible transmisión del virus perro-hombre.

Excálibur le ha comentado a mi querida Betty que en su muy avanzada edad no quería ser objeto de experimentos como una vieja cobaya de laboratorio: "Que eso lo aguanten perros jóvenes o se estudie en el extranjero". Y da por buena su muerte preventiva al haber evitado la alarma social generada por la ignorancia sobre el virus del ébola. En aquella situación de urgencia donde su dueña se contagió accidentalmente no cabía esperar que la inútil y torpe ministra del ramo y el lenguaraz consejero de la Comunidad de Madrid pudieran asegurar que la existencia de Excálibur fuera inocua para la población.

Por todo ello, el difunto Excálibur solicita de sus amos que no estén tristes, que lo recuerden con alegría y cierta satisfacción y que no se dejen influir por interesados asesores que buscan en su muerte una excusa para enriquecerse con indemnizaciones desmesuradas.

Para finalizar, Betty envía la siguiente moraleja: la salud humana y el interés general de la población están por encima de la vida del resto de los animales aunque pueda causar una particular tristeza que nunca se atenúa con la venganza. Y, por supuesto, se despide cariñosa en la versión original de su idioma canino:¡¡¡Guau guau!!!

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