ES cierto que "esto acaba de empezar", como dijo la responsable de análisis político de Podemos, Carolina Bescansa, en un momento de la asamblea celebrada por la organización este fin de semana. Pero el proceso emprendido por Podemos en estas dos jornadas precedentes, por muy incipiente que aún sea y por mucho camino que todavía tenga que recorrer en el mapa político español, permite ya algunas reflexiones y consideraciones, varias de ellas facilitadas por sus propios dirigentes. Porque dirigentes, en Podemos, haberlos haylos. Pablo Iglesias apunta las maneras del líder carismático, con un más que demostrado gancho mediático, que además defiende ante sus compañeros la necesidad de una dirección única -aunque barnice su discurso con obligadas referencias al colectivismo- frente a quienes postulan -su contrincante interno Pablo Echenique- una cúpula colegiada con "tres portavoces". En sus intervenciones en el cónclave que reunió a 7.000 simpatizantes de la organización, Iglesias se fajó como el dirigente que es y que advierte que puede dejar de ser si los demás no secundan sus propuestas. ¿Podrá Podemos seguir sin Iglesias? ¿Repetirá en el futuro el éxito electoral de las europeas sin contar con quien ha puesto rostro y voz a una formación que ha irrumpido en la política española con la intención de cambiarla? Muchos observadores ya han encontrado en la actitud de Iglesias similitudes con el órdago de Felipe González al PSOE en 1979. Iglesias le ha dicho a Podemos que no es un macho alfa, que no es imprescindible, que es sólo un militante y que si su modelo no sale adelante él desaparece de escena. Pero sonó a aviso. ¿Prescindir, justo ahora, de Iglesias? Nadie ignora en Podemos que todo lo que ha cosechado hasta este fin de semana, con su eclosión la noche del 25 de mayo al conseguir cinco escaños en el Parlamento Europeo, es fruto de Iglesias y su equipo. Sus militantes deberán convenir a partir de este instante si considerarlo una herencia o el motor con el que seguir revolucionando la escena política española. Todo apunta a que será esto último. Y llegará entonces el momento ineludible de la definición. Ésta no se podrá posponer por más tiempo. La asamblea Sí, se puede de este fin de semana no ha sido, en este sentido, lo que se dice clarificadora. Ni siquiera ha arrojado luz -al contrario- sobre si la organización asumirá las reglas del sistema democrático u optará por fundirlas sirviéndose precisamente de lo que consiga en las urnas. Sí ha demostrado sin embargo, por más que en Podemos proclamen su fobia a los modos y estilos que cuajan y dominan en los partidos tradicionales, que es muy difícil no caer en postulados maximalistas, culto a la personalidad, demagogia y populismo.

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