En tránsito

eduardo / jordá

Nadie entiende nada

ENTIENDE alguien el galimatías jurídico que rodea el caso del Real Murcia y la Liga de Fútbol Profesional? ¿Sabe alguien las razones por las que este equipo no podrá jugar en la Liga Adelante? He intentado informarme leyendo todo lo que he podido -Google ayuda mucho en estos casos-, pero no he conseguido aclarar nada. Ni aunque me pagaran 6.000 euros podría explicar el caos administrativo que envuelve este caso, en el que intervienen un auto judicial además de una normativa enmarañada y no sé cuántas decisiones de varios organismos públicos. Y cuantas más cosas leo, más me parece que todo el papeleo de este caso ha sido redactado por los cuatro hermanos Marx tras una noche loca en Las Vegas.

Pero en realidad este desbarajuste morrocotudo no debería sorprender a nadie. Somos el país que tiene más leyes y más normas por milímetro cuadrado, y como es natural, nadie está capacitado para entenderlas ni para aplicarlas. De hecho, cumplir con la ley en este país nuestro supone un esfuerzo tan gigantesco, tan irrealizable, que no debe extrañar a nadie la cantidad de casos ilícitos que conocemos. Y así pasa lo que pasa. El ex tesorero del partido que nos gobierna con mayoría absoluta llegó a tener 22 millones de euros en una cuenta secreta en Suiza, pero este hecho asombroso no ha tenido la menor trascendencia política, ya que los dirigentes del PP parecen creer que ese dinero se apareció de forma milagrosa en la cámara acorazada del banco, como si fuera la virgen de Fátima. Y ahí no terminan las sorpresas. Una cuñada concedió cinco millones en subvenciones -presuntamente ilegales- a un ex alto cargo de la Junta de Andalucía, sin que nadie se preguntase cómo era posible que la cuñada y el cuñado mantuvieran una relación tan saludable, cuando todos sabemos lo mal que se llevan los cuñados. Y no hay que olvidar al gran patriota Pujol que daba lecciones de moral mientras sus hijos cobraban comisiones a todo quisque. O al yerno del rey abdicado que montó una trama para robar dinero público. Y será mejor que no siga.

Pero lo bueno del caso es que al final nos resignamos a que las cosas sean así. Y cuando se nos pregunta qué tal vivimos, nos olvidamos de todo eso y decimos que las cosas no nos van tan mal. Y por eso ocupamos uno de los primeros lugares del mundo en las estadísticas que establecen el índice de satisfacción personal. O sea que aquí no hay nada que no se pueda arreglar con una cervecita y la charla con los amigos. Y vistas las cosas, quizá no sea mala idea.

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