Relatos de verano

Juan Manuel Marqués Perales

Malaya tenía su doble (IV)

Amedida que la noche avanzaba, las tripas comenzaban a enviar sus hormonadas llamadas de atención al cerebelo. Las uvitas de Los Palacios que Conchi Delgado había ofrecido a Manolo Lombardi, al Larra y al comisario don Gabino Alvar se habían perdido ya en el laberinto nutricional del ciclo de Krebs. Vamos, que había hambre. Don Gabino miró el reloj, pasaban de las 11 de la noche, pero aún quedaba mucha conversación con la doble, y además él quería telefonear a los líderes de Ganamos, Perdimos y Podemos.

-De acuerdo, Conchi, vamos a descansar unos minutos y así aprovechamos para comer algo, que ya va siendo hora. Sabe usted que, con los recortes, no podemos ofrecerle mucho más que un café. No tenemos ni para gasolina, ya ve, resistimos porque somos unos profesionales. Si quiere, puede salir fuera, como usted vea. Seguimos a media noche.

-Como quiera, contestó Conchi, quien a esas horas había comenzado a trasmutarse. El cansancio y los nervios del día iban dejando atrás el rostro inmaculado de la juez Montse Malaya, para ir asomando la cara ajada de una mujer de algo más de 40 años, guapa, aunque bastante baqueteada.

Cuando los tres salieron de su despacho -Lombardi, el Larra y Conchi-, Don Gabino Alvar llamó al Jaylu, uno de los mejores restaurantes de la ciudad, donde los langostinos de Sanlúcar y las gambas de Huelva poseían el cuerpo y la blancura fresca de Scarlett Johanson.

-Paco, soy el comisario, mándame un platito con algunos de esos bichos de ojos saltones que os hayan sobrado, y unas ostritas si os quedan. No me pongas manzanilla que hoy me siento leonés, una botellita fría de Guitián.

Como otras tantas noches, el comisario iba a trabajar o, al menos, se iba a quedar hasta muy tarde, y para ello necesitaba unos cuantos gramos de ácido úrico y unos racimos de uva Godello bien fermentados en barrica de roble o sobre lías.

El Larra gastaba poco, así que volvió a ajustarse al sillón de entrada a la Comisaría. Manolo Lombardi coincidió en las escaleras de salida con Conchi, que había pasado por el aseo de la Comisaría para restaurarse un poco la cara.

-Si usted quiere, aquí al lado hay una cervecería.

Lombardi, policía amante del cine, hombre olvidado en el agosto sevillano por su familia de Cádiz y raro como un pargo de río, caminaba cansinamente junto a la Conchi, que avanzaba por López de Gomara con su maletín de ruedines. Tras pasar por el lavabo, Conchi volvía a parecerse a Malaya. Llegaron a La Grande y, en efecto, estaban para cerrar pero aún servían comida.

-Yo tomo una caña, y un platito de cañaíllas. ¿Quiere usted otra cerveza? Las hormonas de Lombardi comenzaban a subirle hacia el final de sus extremidades, pero él seguía siendo un caballero.

-Yo prefiero un Ballantine's, Manolo, que llevó un día que pa mí se queda. Oye, tu jefe es un poco faltón, ¿no? Vaya tipo. Si la mirada dejase rastro, tendría el escote con más manchas que un colchón viejo. Qué borde.

-Bueno, el jefe es así, un poco satirón, para que nos vamos a engañar.

-Mira, ya estoy harta de estos tíos. Si algo me gusta de la Montse es que es una mujer que sabe poner firme a los hombres; entre su poderío de jueza y lo guapa que es, se cagan. Se cagan, Manolo, que yo los he visto, que les pegó un grito en un interrogatorio, le hago un desaire con la melena y ponen cara de mearse en los pantalones. Yo estoy harta de ests machitos. Mi marido, que no es mi marido ya, trabaja en los bares de la noche y el dinero que me da al mes no lo ve nadie, no reza en ningún sitio porque no puede pasar por Hacienda. Es un chulo repeinao que me dijo: "Vende tu cuerpo". Jo puta, pues eso es lo que he hecho, vender mi cuerpo, pero al servicio de la Justicia y de la juez Malaya.

-¿Montse te trata bien?

-Sí, hasta que le da el punto y se olvida de todo. Qué mujer, hay que ver la que tiene montá con el caso de los Erres. Yo se lo he dicho, "Montse, que esto te consume", pero nada, ella sigue con su contubernio. Que resulta que en Andalucía no había parados, sino que la Junta los fue convenciendo uno a uno para que dejasen de trabajar, y se dedicaran a cobrar el dinero que llegaba desde Madrid y desde Europa. Vengan fondos para to esta gente. Y en el camino, los de Ganamos siempre se quedan con algo y siguen ganando elecciones. Por eso necesitan gastar tan rápido y sin control. A mí, la verdad, Manolo, esto me parece un disparate. Yo estoy parada, vamos que no he trabajado nunca; mi hija la mayor, igual y su marío; la chica se quedó embarazada, ahora trabaja en el Mercadona, pero no le da para na. Y la verdad, Manolo, a mí nadie ha venido a sobornarme, más querría yo: corrómpeme. Aquí sólo se deben corromper los ricos. O es al contrario. Vamos, que Montse sigue convencida de eso, aunque también en la Consejería de Empleo se las traen, vaya, vaya.

-¿Siguen?

-¿Que si siguen? ¿Tú crees que es normal lo de la paguita de los ieledés? Es verdad que Montse ha imputado a media Andalucía y que no hay director general que no haya pasado por Sevilla II, pero, hombre, lo de la paguita por ser Imputado de Larga Duración es una broma. Lo que yo te digo, que quiero que alguien me corrompa, yo mismo me imputo, que tengo firma para ello, y después, si pasan más de dos años, la paguita del ILD. Olé, qué cara, Manolo.

El Samsung de Conchi vibró sobre la mesa de metal. En la pantalla, Lombardi leyó Montse Malaya y vio la cara de la juez. Conchi cogió el teléfono.

-Mañana a la hora del recreo, en las dos tapas.

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