Efecto Moleskine

Ana Sofía Pérez Bustamante

Veraneando

 LA Real Academia define “veranear” como “pasar las vacaciones de verano en lugar distinto de aquel en que habitualmente se reside”. Claro que si ustedes se acogen al Diccionario de María Moliner, o al del Español Actual, verán que “veranear” puede ser “pasar el verano o las vacaciones de verano [en un lugar]”, lo que les autoriza a veranear sin cambiar de sitio o de postura (en Cádiz mismo), e incluso sin estar de vacaciones. Y esto da mucha moral (cosa que el DRAE debería tener en cuenta en esta etapa en que busca no pillarse sus lexicográficos dedos). No hace falta viajar para ver o hacer cosas nuevas. Coincidiendo con las hordas de cruceristas, florecen en las plazas gaditanas unas señoras vestidas de flamenca que, sin música ni nada, a puro pelo, taconean sobre una esterilla de plástico o “tablado portátil”, lo que ilustra bien el concepto de adaptación al medio de las especies folclóricas. Nuestro ascenso en la liga turística ofrece varios indicadores: los chiringuitos playeros con techo ventilado, modelo chill out post-Hawai; la remasterización de la plaza de abastos como galería gastronómico/ artística (acaba de estrenarse la exposición “Al este de la Atlántida”, de Juan Alberto López, con un discurso conciso y elegante donde Paco Cano sugiere que podría ser legítima la belleza); la costumbre de ir a ver ocasos en Santa Catalina aplaudiendo el esmero cromático del sol; un circuito cultural con cadáver de fenicio; las despedidas de soltera en velerito; la verosimilitud de que te sirvan el gin tonic con bayas de enebro. Yo en mi veraneo [en un lugar que es este] he aprendido (o recordado) muchas cosas. 1) Cómo me gusta dormir. 2) Qué brutal es dejarse alienar por un juego de tablet llamado Candy Crush. 3) Delicatessen de la bahía: el “camarón de porreo”. 4) Arma biológica más perfecta: el niño. 5) Recomiendo al gremio docente una novela de Juan José Millás, La mujer loca, tan divertida como prescindible. 6) Lo que para mi sobrino Javi es una escalera de caracol: una escalera para que suban y bajen los caracoles.En realidad un buen verano es justamente eso: un caracolario digestivo y lento, suspendido en la gratuidad de la infancia, en la soleada pereza del paraíso.

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