Rafael Garófano

Origen fotográfico del Cádiz fenicio

Las primeras imágenes del sarcófago antropoide masculino marcaron la historia de la arqueología

EN estos días, cuando las circunstancias han permitido hacer una excavación en el promontorio del centro histórico de Cádiz, para intentar comprobar las hipótesis que desde hace tiempo venían elaborando algunos arqueólogos, tenemos la satisfacción de que se nos muestren, sobre todo, los vestigios arquitectónicos y urbanos del Cádiz fenicio. Aunque la vinculación fehaciente de Cádiz con esta antigua cultura oriental comenzó cuando, en 1887, apareció un "curioso sarcófago" en los desmontes que se hacían en la Punta de la Vaca (tras el barrio de San Severiano, entre las vías del ferrocarril y la bahía) para explanar los terrenos en los que se montaba la Exposición Marítima Nacional.

De las muchas circunstancias que rodearon aquel momento inicial del "Cádiz fenicio", después de rebuscar entre los papeles del archivo de la Real Academia de la Historia, en Madrid, comentaré las primeras fotografías que se hicieron de aquel sarcófago. Unas imágenes que, dada la importancia de la pieza funeraria y la fecha de su registro fotográfico, han marcado la historia de la fotografía arqueología española.

El 10 de marzo de 1887 en aquellos desmontes que se hacían en la Punta de la Vaca aparecieron unas sepulturas que, por los objetos en ellas encontrados, se dijo -y así apareció en la prensa local- que parecían ser de egipcios. Cuando la noticia saltó a la prensa de Madrid creó una gran inquietud en la Real Academia, que rápidamente comisionó a D. Juan de Dios de la Rada para que, como experto, viniera a Cádiz a observar directamente los hallazgos. El día 19 el dictamen del académico fue que se trataba de enterramientos romanos, aunque cuando se fue de Cádiz, como algunos de los objetos encontrados eran de difícil explicación, declaró que "desearía encontrar la huella de algo egipcio en sus investigaciones". No obstante, estos hallazgos precipitaron la creación, el día 28 de marzo, de la Comisión Provincial del Museo Arqueológico (impulsora del museo que, en enero de 1888, tras el desmantelamiento de la Exposición Marítima, se instaló en la planta baja de la Escuela de Artes y Oficios -con entrada por el jardín de la calle Vargas Ponce- bajo la dirección del presbítero D. Francisco de Asís de Vera, bibliotecario de dicha Escuela).

Pero los desmotes prosiguieron y el día 30 de mayo, a unos 30 metros de la necrópolis romana y cuando se habían rebajado unos 5 metros del terreno, apareció un conjunto de tres tumbas formadas por sillares de piedra (que después se usaron como escalones de uno de los pabellones de la Exposición Marítima). Precisadamente en una de aquellas tres tumbas, apareció un "curioso sarcófago, todo de mármol blanco, en muy buen estado de conservación, de dos metros de largo por uno de ancho, en cuya tapa también de mármol aparece una figura hecha a cincel, teniendo una mano sobre el pecho y la otra extendida. Se ha puesto guardas para evitar las imprudencias de los curiosos, cercándolo de una empalizada", según publicó al día siguiente La Palma de Cádiz.

La información publicada despertó en Cádiz una gran expectación, incrementada por el hecho de que la prensa de la época no ofreciera imágenes. Sensación parecida, unida a responsabilidad, a la que tuvieron en Madrid los miembros de la junta directiva de la Real Academia cuando, en la reunión ordinaria del día 4 de junio, el secretario leyó en la prensa que ya se había abierto el sarcófago aparecido en Cádiz y que, aunque era de época romana y solo contenía un esqueleto, "tiene sin embargo gran mérito y es por su originalidad lo de más valor arqueológico que hasta ahora se ha encontrado en Cádiz".

Cánovas del Castillo, cumpliendo el acuerdo de la junta directiva de la Academia, mandó un escrito al gobernador y presidente de la Comisión de Monumentos de Cádiz: "A juzgar por la revelación de La Correspondencia la cosa parece de verdadera importancia. Ruego la bondad de manifestar a esta Academia de oficio, o a mí confidencialmente como director, lo que hay de particular, y le agradecería mucho que, si fuese posible, lo acompañara de las inscripciones que hubiese esculpidas, dibujos fieles o mejor fotografías, pero tomadas de modo que pueda formarse idea cabal de la figura esculpida en la tapa, ya que si el hallazgo tiene los caracteres que La Correspondencia apunta, podrían tratarse de vestigios de una civilización aún inexplorada". Unas imágenes que se reclamaban, cuando el positivismo cultural de la época identificaba las fotografías con las imágenes percibidas de la realidad.

Lo que no sabían los académicos de Madrid era que la apertura del sarcófago se había hecho con el máximo celo y que en Cádiz, prudentemente, ya se había pensado en informarles. Prueba de ello es que aquella apertura, efectuada el día 1 de junio, se convirtió en un acto oficial del que cumplidamente se levantó acta. Bajo la presidencia de D. Cayetano del Toro (presidente de la Diputación y vicepresidente de la Comisión del Museo Arqueológico), y con asistencia de D. Enrique del Toro (alcalde de la ciudad) y de los miembros de la Comisión del Museo Arqueológico, se destapó el sarcófago en medio de una gran expectación. Asistiendo también al acto algunos invitados entre los que estaba D. Rafael Rocafull y Monfort (afamado fotógrafo de la ciudad, con estudio abierto en la calle Ancha desde 1859, concejal del Ayuntamiento, impulsor de la Exposición Marítima e Individuo Correspondiente en Cádiz de la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando). Presencia justificada por ser el encargado de hacer las fotografías que, adjuntas a los informes, se enviaron a Madrid, antes incluso de recibir el requerimiento, a las Reales Academias de Nobles Artes de San Fernando y de la Historia.

En la urna solo fue hallado un esqueleto con los huesos algo variados de su posición normal, por lo que se supuso que el difunto estuvo enterrado primero en otro sitio y luego, cuando se dispuso del sarcófago, exhumado y trasladado a su interior. La mayoría de los huesos estaban casi íntegros, correspondiendo a una persona de estatura regular. En las mandíbulas faltaban una porción de dientes, por lo que se supuso que el difunto era de edad avanzada. En el fondo del sarcófago había gran cantidad de polvo de madera y varias astillas que parecían de cedro, y que se deshacían al tocarlas, por lo que se supuso que el cadáver estaba encerrado en una caja de esa madera, o cubierto con una tabla de ella. No fue encontrado ningún objeto. "El Sr. Rocafull sacó una vista fotográfica del interior del sepulcro, en la que los huesos largos aparecerán en disposición algo distinta al natural, dependiendo esto de que así estaban al destaparse el sarcófago, y luego se bajó la cubierta y se colocó de pie detrás del sepulcro, sacando otra fotografía". Los huesos fueron encerrados en una cajita.

Las fotografías, realizadas en placas de gelatino-bromuro y positivadas en papel albuminado, tuvieron gran dificultad de ejecución, ya que, más allá de registrar el valioso objeto encontrado, Rocafull quiso, con avanzada sensibilidad cultural, "captar el hallazgo", lo que le obligó a bajar con su cámara y su trípode al fondo de la zanja y suplir con pericia la poca luz del receptáculo, bajo la empalizada.

Una vez abierto e inspeccionado el sarcófago se permitió la entrada del público en el sitio del hallazgo, mediante papeletas a diez céntimos cuya recaudación se destinó en beneficio de la Sociedad de Socorros a los Inválidos del trabajo. Gratificándose a la cuadrilla de obreros que lo encontraron. Posteriormente, el sarcófago sería la estrella del pabellón de antigüedades de la Exposición Marítima en la que entonces se trabajaba.

Naturalmente, en Madrid no se esperaban las imágenes que les llegaron de Cádiz, quedando sorprendidos y sobrepasados, jugando entonces las fotografías el papel de presencia vicaria que hasta entonces ninguna otra técnica había podido realizar. Estudiosos y arqueólogos pudieron contrastar el sarcófago gaditano (identificado con su imagen fotográfica) con otros enterramientos que ellos conocieran, para dictaminar sobre su naturaleza y procedencia cultural. Buena parte de los estudiosos peninsulares lo consideraron egipcio, no así el intelectual gaditano Adolfo de Castro que lo consideró romano. Finalmente, el académico Rodríguez de Berlanga consultó al arqueólogo e historiador alemán Emil Hübner, autoridad mundial en la materia y gran conocedor de la cultura clásica española, quien tras analizar detenidamente los informes y las fotografías que se le mandaron cerró la cuestión: "Ya ha aparecido el primer monumento cierto del arte fenicio en España, y es el sarcófago descubierto en Cádiz". Había nacido, con el auxilio de la fotografía, una nueva estrella para orientar a los historiadores en su navegación por la antigüedad.

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