La esquina

josé / aguilar

Complejo de ociosos

LAS cosas están cambiando, pero todavía la tendencia dominante es que cuando cierra un comercio en el centro de nuestras ciudades el local que se vacía acaba convertido en un bar. Mayormente, un bar de tapas, franquiciado o no, con camareros vestidos como para una representación de la casa de Bernarda Alba que sirven el condumio en platos de formato inverosímil o en trozos de pizarra. El emprendedor medio andaluz es un hostelero que sigue la moda e innova más bien poco. Los otros emprendimientos más socorridos del momento, el vapeo, las perfumerías, las heladerías y los centros dermoestéticos, que también viven su apogeo, están a notable distancia de los bares. ¿Cuántos bares habrán abierto en los últimos años en los cascos históricos? Incontables, aunque es igualmente verídico que nos fijamos en ellos cuando los inauguran y alcanzan temporalmente el éxito que da la novelería. Por el contrario, no llevamos la cuenta de los que cierran a los pocos meses. Una barbaridad.

Hay otro fenómeno paralelo, pero a gran escala: la proliferación de centros de ocio. De la misma manera que en cada local de alquiler que queda libre en el centro va un tío y emprende la aventura de poner un bar, en cada gran terreno bien comunicado, urbanizable o recalificable van unos inversores y planean un gran complejo de ocio que las autoridades favorecen con entusiasmo por aquello de la creación de empleo, complejo que incluye restaurantes y bares, tiendas y salas de conciertos (de multicines ya existe saturación), y el imprescindible aparcamiento subterráneo.

¿Cuántos complejos de ocio se han construido y puesto en marcha en las ciudades y pueblos grandes de Andalucía? Ni se sabe. Supongo que al final sobrevivirán los más atractivos, pero la pura ley del libre mercado sugiere que si existe superávit de oferta y la demanda permanece estancada o baja esta inflación de complejos para la diversión no puede funcionar. Si ya es difícil encontrar clientela para tanto bar, más debe ser hallar rentabilidad para tanto centro de ocio. Ociosos hay, desde luego, pero con dudosa capacidad adquisitiva. Muchos andaluces son ociosos forzados, o porque su ocio viene de que no tienen trabajo, o porque lo tienen tan precario que no les da para gastar en consumos no imprescindibles o porque ya dejaron de trabajar y son jubilados con pensiones recortadas.

Disponen de tiempo para el ocio general, pero no de dinero para este ocio de pago.

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