Fernando Mósig Pérez

El esplendor de las últimas décadas del XX

En el auge de las hermandades que llega hasta la actualidad confluyen varios factores históricos

Un hecho significativo de la época de Franco fue el considerable aumento del número de fundaciones, tras casi medio siglo sin haberlas, tal como sucedía en otras ciudades de nuestro entorno cultural como Cádiz y Sevilla. La nómina de hermandades isleñas aumentó notablemente en estos años, sobre todo las de penitencia. Estas pasaron de las seis tradicionales a catorce en 1965.

Se fundaron, a partir de la posguerra, las de Jesús de los Afligidos en 1939, Virgen de la Caridad en 1942, Oración en el Huerto en 1943, Jesús de Medinaceli en 1945, Cristo Resucitado en 1947, Cristo del Perdón en 1953, Ecce Homo en 1955, Jesús de la Misericordia en 1957 y Entrada en Jerusalén en 1963… Salta a la vista que una buena parte de las hermandades isleñas actuales son hijas del denominado nacional-catolicismo.

La mayoría de estas fundaciones se establecieron en las nuevas parroquias erigidas en las viejas capillas del casco urbano. Y reflejaron, en muchas ocasiones, el corporativismo profesional y social fomentado por el régimen político, como una especie de neo-gremialismo, puesto que estas nuevas asociaciones de fieles agrupaban -al menos en sus comienzos- a estudiantes, labradores, excombatientes, foráneos o vecinos naturales de otras ciudades, obreros cargadores, navegantes, comerciantes, profesionales de la sanidad, escolares… Es evidente que las hermandades se fueron transformando en asociaciones sólidas y versátiles, tratando de formar parte del tejido social isleño como nunca antes.

Las hermandades isleñas no sufrieron pérdidas irreparables de patrimonio histórico y artístico durante los años de la República y la Guerra, como sí sucedió en el caso de muchas otras hermandades andaluzas, por lo que en principio no tuvieron la necesidad urgente de reponerlo. No obstante, el propio aumento del número de corporaciones, su deseo de mejorar e innovar en sus cultos y procesiones, así como cierto afán de emulación, hicieron crecer paulatinamente la demanda de imágenes, enseres y artefactos religiosos. Esta demanda se satisfizo en primer lugar a través de algunos artistas y artesanos locales y de ciudades vecinas. Pero pronto se acudió a los más acreditados autores y talleres de Sevilla, cuya influencia artística -casi monopolizadora- ha continuado hasta la actualidad.

El crecimiento de las hermandades y cofradías que originó la época de Franco, fue amortiguado a partir de los años sesenta. La mentalidad de las nuevas generaciones y el creciente desarrollo económico experimentado por España tras las estrecheces de la posguerra, entibiaron las prácticas religiosas y de piedad. Y, como parte de ese desarrollo contradictorio, la industria turística se convirtió en uno de los ejes de la economía nacional, lo que despertó el interés por promocionar la Semana Santa local.

En este sentido, se creó la Junta Oficial de Cofradías en 1968 (titulado Consejo de Hermandades y Cofradías desde 1985), organismo encargado de representar y coordinar a estas corporaciones religiosas isleñas, transmitiendo las directrices de la Iglesia diocesana, y encargándose de la promoción y difusión de la Semana Santa isleña (pregones, carteles…).

No obstante, las hermandades seguían propagando la fe y catequizando a los isleños sólo a través de los cultos y procesiones anuales. En la mayoría de los casos toda la atención de los cofrades se centraba sólo en estos actos. Tal vez era ya una concepción limitada -y desfasada- de ejercer el apostolado. La catequesis de los cultos y las procesiones ya no bastaban para transmitir los más esenciales valores cristianos.

Y la acción social desarrollada por ellas se reducía a una beneficencia puntual, dispersa y paternalista. Además, la faceta de mutualidad social, antaño tan importante y característica, había dejado de atenderse tras la consumación de un proceso iniciado décadas atrás.

De nuevo los acontecimientos históricos iluminaron el sendero de las hermandades, actualizándolas y renovando su naturaleza. El Concilio Vaticano II, celebrado entre 1962-1965, trató de poner al día la Iglesia Católica y desarrolló una actitud de renovación pastoral. Igual que, cuatro siglos antes, otro concilio universal, el de Trento, había configurado y fomentado las asociaciones de fieles, sirviéndose de ellas para sus objetivos doctrinales y catequéticos, en esta ocasión, otro concilio universal, el Vaticano II, las trató de actualizar y renovar, exigiéndoles una mayor implicación en la labor eclesial, un mayor compromiso con los más necesitados, una mayor presencia en la sociedad. Pero sin dejar de respetar y enaltecer su antigua naturaleza de transmisoras de la fe a través de la piedad popular.

Por entonces, en medio de cierta crisis socioconómica, se ensayaron formas de entender las hermandades de penitencia a la luz de los nuevos aires eclesiales. Como, por ejemplo, la Hermandad de Mater Amabilis creada en 1972, que pocos años después se fusionaría con la antigua Orden Tercera Servita. Pero estas nuevas formas renovadoras tomarían cuerpo de forma cabal en el conjunto de las confraternidades isleñas ya en la siguiente etapa histórica.

En definitiva, la conjunción de estos fenómenos históricos: el catolicismo nacional de la posguera, la renovación conciliar, y la promoción turística por interés político y económico, fueron los factores que cimentarían verdaderamente el esplendor de las hermandades durante las últimas décadas del XX y primeros años del XXI.

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