Fernando Mósig

¿Cambiar el nombre de la ciudad de San Fernando?

La conmemoración del bicentenario ha avivado de nuevo el debate en torno a la denominación que el municipio recibe en honor a Fernando VII

EN este mes de noviembre se cumple el bicentenario de la concesión a la villa de la Real Isla de León del título de Ciudad de San Fernando, lo que tuvo lugar por Decreto de las Cortes de 27 de Noviembre de 1813, "en ausencia y cautividad" del rey Fernando VII.

La ciudad de San Fernando no se llama así por concesión graciosa de este rey, sino en honor del mismo. La concesión fue efectuada en realidad por un acuerdo parlamentario legítimo que se plasmó en un decreto de las Cortes o de la Regencia del Reino. Esas mismas Cortes, precursoras en tantas cosas, cuyo bicentenario hemos conmemorado durante estos últimos años.

Sin embargo, se han alzado voces pidiendo cambiar el nombre de esta ciudad, defendiendo retornar a la antigua denominación de "Isla de León", para que así no llevemos más ni soportemos sobre nosotros el nombre del rey "felón", del tirano antidemocrático, del pérfido sátrapa, del déspota traidor, del malo de la película.

A mi entender, esta propuesta no tiene más raíces que un historicismo sentimental y acrítico, un empacho de historia constitucional mal asimilada por personas manipulables. Y, como siempre, ciertas maniobras de distracción de la opinión pública local maquinadas por intereses partidistas o particulares, sostenidos a su vez por aduladores oportunistas y amplificados por los medios de comunicación.

Ahora que hemos estado durante tres o cuatro años recreándonos con el bicentenario y solazándonos con el parlamentarismo, sería grotesco culminar todo renunciando al premio que se nos dio justo entonces por nuestro comportamiento leal y heroico, pretendiendo cambiar el nombre por el que durante dos siglos se ha venido conociendo nuestra ciudad. ¿Vamos a coronar nuestras conmemoraciones renunciando al trofeo y a la recompensa que nos dieron entonces por nuestra memorable actuación histórica?

Es como si un deportista conmemorase el recuerdo de una victoria, o de una marca batida con su esfuerzo, renunciando al premio que le otorgaron entonces sólo porque este es poco estético o porque no le gustaba quien se lo dio. Es como si los grandes equipos de fútbol españoles renunciaran a los títulos de liga y copa logrados en los años cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo XX sólo porque se los entregó Franco.

¿Que El Deseado no merece nuestro recuerdo? En realidad el nombre de la ciudad, a través de Fernando VII, conmemora a San Fernando III, rey de Castilla y León. Aunque, claro, el conquistador de Sevilla también era políticamente incorrecto, según los ñoños parámetros actuales.

Los reyes anteriores al Felón, por cierto, no fueron mejores desde el punto de vista del liberalismo democrático. Hubiera sido anacrónico. Sin ir más lejos en la historia, Carlos III, el abuelo de nuestro tocayo, fue un rey igual de absoluto que hubiera perseguido y reprimido del mismo modo cualquier movimiento que tratase de socavar los fundamentos del Antiguo Régimen. Sin embargo llamamos a nuestra admirable Población Naval Militar y a sus majestuosos edificios "San Carlos" en su honor. Y nadie protesta ni pide que se quite ese nombre carolino. Los ejemplos históricos podrían multiplicarse. Y es que la historia no debe juzgarse sólo desde las mentalidades del presente ni desde los dictados de los que se rasgan las vestiduras en función del pensamiento dominante en cada época.

Nuestros abuelos -que tenían mucho más cerca a Fernando VII que nosotros y cuyo recuerdo les podía escocer más- celebraron los centenarios en 1910-1913 sintiendo pleno orgullo del nombre de Ciudad de San Fernando.

Y no quisieron cambiarlo, aunque hubieran tenido indudablemente las mismas -o más- razones que actualmente.

¿Y por qué "Isla de León"? ¿Qué debemos en realidad a los Ponce de León, duques de Arcos, para querer con tanto ahínco recuperar su nombre, "de León", cuando ellos mismos eran unos aristócratas que ni siquiera vivían aquí, ni hicieron prosperar un territorio que sólo les interesaba para trocearlo y arrendarlo, para obtener rentas y tributos, para cobrar un canon por el suelo del que eran dueños, como siguieron haciendo -cuando ya éramos ciudad de San Fernando- por cualquier transacción de bienes raíces realizada en esta población?

Y, puestos a cambiar, ¿por qué no llamarnos mejor "Isla de Suazo" en lugar de "Isla de León"? Al menos los Suazo hicieron más en el siglo XV por esta localidad que sus sucesores ducales. O incluso, -culminando este divertido proceso de metamorfosis onomástica local- ¿por qué no "Lugar de la Puente", que era el nombre originario y fetén de esta tierra? O cualquiera de los nombres por los que fue conocida en la Antigüedad clásica.

Lo que somos lo somos por la historia, por los estratos que se van superponiendo y sedimentando a lo largo del tiempo y de las generaciones. Renunciar a uno de ellos sería como otorgar mayor importancia al enfermizo olvido que al saludable recuerdo. O como herirnos a nosotros mismos abriendo un vacío perenne e inexplicable en nuestro ser.

Esta actitud irresponsable conduce, además, a espirales incontrolables. Porque -esa es otra- el pretendido cambio llevaría en sí la semilla del recambio. Los ejemplos históricos son abundantes y bien conocidos. La II República cambió los nombres de las calles. Franco hizo luego lo propio. Hoy todavía estamos cambiando los nombres franquistas de nuestras vías urbanas. Dentro de un tiempo más o menos largo, las futuras generaciones cambiarán seguramente los nombres constitucionales y autonómicos que hoy reverenciamos. ¿Y qué ventajas tiene padecer crónicamente esta ridícula hemiplejia histórica?

¿Y a qué sustituir el nombre actual por uno del pasado? Si queremos cambiar algo en sentido avanzado, elijamos un nombre nuevo. Eso sí sería lo progresista y no retomar un nombre viejo que nos conduce a épocas pretéritas y a un callejón sin salida. Puestos a cambiar, propongo el nombre de "Isla de San Fernando": tiene la ventaja de ser un nombre nuevo que mira al futuro, construido sobre la base de los dos -"Isla" y "San Fernando"- y no recuperando sólo el primero para eliminar al segundo, borrando así insensatamente dos siglos de nuestra historia.

En fin, cuando nos recuperemos de las fiebres constitucionales y de las calenturas anti-Felón derivadas de la masiva propaganda generada -no inocente ni caprichosamente- por estos bicentenarios vividos entre 2010 y 2013, me dolería como isleño volver la mirada para comprobar que el resultado de los mismos fuera sólo un triste cambio de nombre mirando al pasado en lugar de un ilusionante proyecto de ciudad que mira al futuro.

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