Efecto Moleskine

aNA SOFÍA / PÉREZ- / BUSTAMANTE

Urréjola y los bárbaros

Ando sumida (por no decir extraviada) en un proyecto de poesía y arquitectura cuando de pronto se inaugura en el castillo de Santa Catalina la exposición 'La Unión Europea. Nuestras ciudades': 22 lienzos de Ricardo Galán Urréjola dedicados a visibilizar, en tiempos de vicisitud, el concepto de lo que nos une de Varsovia a Dublín, de Cádiz a Riga, de Venecia a Budapest. Y Londres. Y París. Y Copenhague. Tiene este despliegue de Urréjola una clara vocación monumental: grandes formatos rectangulares, visiones panorámicas desde la línea del cielo. Gracias a los teléfonos inteligentes, una hija experta que tengo en el éxodo laboral wasapea con mi marido (que es su padre) a pie de inauguración: "Canaletto gaditano con cielos de Turner". Y es verdad (ya lo sabe y lo dice Ricardo), que él tiene mucho de Turner: una manera temperamental de hacer emerger la luz a partir del movimiento de la materia, una especie de vibración corpuscular que emana de las sombras y que viene, antes que de Turner, de Rembrandt. Un hambre de tacto que es barroca, como la gota de sudor en la frente del humo. Luego, una devoción velazqueña muy "escuela de Madrid": una sensación de profundidad y transparencia que se impone al horizonte. Es difícil escoger. Ámsterdam, o Madrid, no sé. (Un tranvía amarillo de Lisboa fue, en otra vida, un buzón fantasma de correos en las calles de Cádiz) En el tratamiento del volumen a veces me sobreviene una sensación Vázquez Díaz: geometría sí, pero no angustia, porque Urréjola va buscando inventar, o lleva dentro de sí, como Canaletto, una memoria en proyecto de belleza. Es el pintor quien decide, cuidadosamente, en qué punto se ha de fundir un plano en un olvido gris. Viendo estos cuadros en su unidad profunda de volúmenes ascendentes que, abstraídos de la gente, circulan y se comunican por el asfalto, por los canales, por los puentes y los ríos, pienso: nosotros aquí, en medio de nuestras ciudades verticales, esperando a los bárbaros, y nuestras ciudades destilan este bárbaro sabor a gótico trasnacional.

Desde la Gran Vía espejea fingido el vidrio de un escaparate mientras un niño real sueña junto a nosotros con aeronaves y dientes de dinosaurio.

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