Efecto Moleskine

ana Sofía / pérez / bustamante

Pito chirigotero

Ando fascinada con La historia del mundo en 100 objetos de Neil MacGregor, director del British Museum. Es un mundo de revelaciones. Por ejemplo, el análisis de un canto tallado bifacial de hace unos dos millones de años, encontrado en la garganta de Olduvai (Tanzania), invita a deducir que el ser humano tiene una innata tendencia perfeccionista: el canto ofrece más muescas de las necesarias para constituir una herramienta eficaz. La mano de un mortero de piedra hallado en Papúa Nueva Guinea, de unos ocho mil años de antigüedad, es testimonio de que, contra lo que se pensaba, la agricultura no surgió primero en el Creciente Fértil, sino que lo hizo simultáneamente en diversos lugares del mundo, como resultado de los procesos de adaptación al medio del ser humano. Una tablilla de arcilla con escritura cuneiforme de Mesopotamia trata de la cantidad de raciones de cerveza necesarias para pagar a los trabajadores. La escritura surge para fijar aquello que no es posible memorizar: las cuentas, las leyes de un estado cada vez más complejo. Una pintura sobre madera de principios del siglo VIII d.C. cuenta la historia de uno de los primeros robos de tecnología a gran escala: el que, oculto en su tocado, perpetró una princesa de China que llevó a Khotán el secreto de la seda. No hay objeto que, analizado con tan altas dosis de erudición e inteligencia, no resulte apasionante: un plato de fina porcelana rusa pintado con un motivo bolchevique que lleva en el reverso la marca de la Fábrica Imperial del zar Nicolás II y, también, la hoz y el martillo del Estado Soviético... En Cádiz surgió una iniciativa parecida a esta de MacGregor con el ciclo Voces en el Museo de la Asociación Qultura: recuerdo los comentarios de Martín Garzo sobre los Zurbaranes de la cartuja de Jerez, o los de Gamoneda sobre un collar fenicio de cornalina. Pero imagínense cuántos otros objetos tienen cosas que contar: un disfraz de los González Boyss, un CD del pirata Cabrón, el libreto de Las verdades del banquero, una corona King Size de diosa del Carnaval, o un ejemplar incunable del primer atlas del mundo, el Theatrum Orbis Terrarum, que duerme en una biblioteca de Cádiz prácticamente cerrada. Cuántas historias de cosas.

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