Con la venia

Fernando Santiago

El declive de la civilización

 SI hay algo peor que ir a la playa es ir a la playa a pasar el día. Un ratito de mañana para darle gusto a la familia es una pequeña concesión sin importancia. Ir a pasar el día es una tortura. Pero dentro del chusmerío que supone pasar el día en la playa lo peor de lo peor, el colmo del mal gusto, es comer en la playa. Una cosa es comer en Besos al Viento, La Marea o el Nahu Beach y otra bien distinta es llevarse la nevera y toda la impedimenta. No voy a cometer la vulgaridad de repetir las hazañas que contaban "Los Cruzados" hace ahora 30 años, prefiero, aunque sea nada más que para provocar a las feministas y al mester de progresía, citar a Salvador Sostres, eximio columnista de El Mundo e hijo de la pequeña burguesía catalana. Les recomiendo sus artículos y su blog: garantizan entretenimiento, a nadie dejarán indiferente. Pues bien dice Salvador Sostres que la playa es lo más vulgar que hay, lo más contrario a la elegancia. No puedo estar más de acuerdo: hay cuerpos que pueden exhibirse aunque es siempre mejor imaginarlos que verlos. Pero la mayoría es preferible resguardarlos por estética y por sentido común. Ya alertó Pemán contra los baños de sol y la africanización de las costumbres. Qué gran razón tenía el poeta, dramaturgo y académico gaditano. Ahora bien, lo peor de lo peor es la escena de la comida en la playa , la familia reunida en torno a la sombrilla con un aroma inconfundible al coco de los protectores solares, con los niños correteando y las madres gritando, con los huesos de sandía sobre la arena y los Tupper abiertos para la tortilla o los filetitos. Dice Sostres que "no hay nada más deprimente que un padre cargando con una neverita" es el símbolo de la decadencia absoluta, de la especie, de la raza y del sexo masculino. El signo de la dominación "no hay nada más desolador".

No tengo por menos que darle la razón a Salvador Sostres. Cada vez que paso por la playa veo ese espectáculo de las familias en riada, como llamados por la marabunta , camino de un lugar tan incómodo como la arena de la playa, para sentarse rodeados de otras familias llenas de niños impertinentes y maleducados que siempre juegan a la pelota justo al lado de donde te vas a poner. Hace un calor de mil demonios, con lo bien que se está bajo el aire acondicionado de la casa. Ya decía Harrison Ford en La costa de los Mosquitos que la producción de frío era el signo de la civilización. No basta con un cubito de la nevera, hace falta una temperatura civilizada, entre 22 y 26 grados, para hacer cualquier cosa medianamente inteligente. Y comer es una de ellas. Siempre se puede recurrir a una toalla y a un bocadillo, pero eso es de tiesos. Las grandes capitales europeas entraron en decadencia cuando empezaron a fabricar playas artificiales. Ni siquiera tiene perdón de dios  la playa creada junto a Downing Street para las Olimpiadas, por mucho voley que en ella se juegue y por muchos cuerpos atléticos y sudorosos que la visitasen. Es la decadencia de occidente, el desorden de la civilización. Luego nos extrañamos de la prima de riesgo.

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