Gastronomía José Carlos Capel: “Lo que nos une a los españoles es la tortilla de patatas y El Corte Inglés”

EN TRÁNSITO

Eduardo Jordá

Fuegos artificiales

EN estos últimos 25 años, Andalucía ha recibido más de 72.000 millones de euros en fondos europeos. Durante todo ese tiempo hemos creído que los trenes más rápidos y las autovías más modernas de Europa, y los costosos edificios que siempre tenían el carácter de "emblemático" -aunque nadie supiera qué significaba "emblemático"-, se pagaban con dinero que salía de nuestros bolsillos. Por eso nos olvidábamos de que las cosas no eran tan bonitas como creíamos. Porque seguíamos ocupando los últimos lugares de Europa en el número de parados, y aquí casi nadie hablaba un idioma extranjero, y no había ninguna universidad andaluza entre las más prestigiosas de Europa, y nuestros índices de fracaso escolar eran preocupantes, y no habíamos sido capaces de crear una sola empresa con tamaño suficiente para vender en todo el mundo, como decía el empresario aceitero Antonio Luque en una entrevista en este periódico. Pero todo eso nos daba igual. Teníamos una especie de lámpara de Aladino de la que surgían edificios emblemáticos, y con eso nos bastaba.

Sólo ahora nos hemos dado cuenta de que aquel dinero no era nuestro. Y ahora resulta que sólo hemos sabido crear una sociedad dependiente del dinero público, en la que apenas existe la iniciativa individual y en la que el número de empleados públicos hace insostenibles cientos de administraciones. Y nos hemos acostumbrado a vivir en una confortable indolencia, esa indolencia que justifica los falsos tópicos que siempre se asocian con los andaluces. Y digo falsos tópicos porque no hubo complacencia alguna entre los andaluces que tuvieron que emigrar en los años 50 y 60 a Cataluña o a Francia o a Alemania. A aquellos emigrantes nadie les dio ayudas ni subsidios, sino más bien todo lo contrario, pero supieron salir adelante y casi todos consiguieron vivir mucho mejor de lo que nunca pudieron soñar. Y a pesar su escasa formación, aprendieron lenguas que aquí casi nadie hablaba -unos francés, otros alemán-, y se abrieron paso en la vida y supieron trabajar por su cuenta o abrir un negocio. En vez de cerrarse al mundo, se abrieron. En vez de ser complacientes y conformistas, fueron exigentes consigo mismos. Y en vez de resignarse, se obligaron a superar las dificultades. Y uno se pregunta qué habría sido de Andalucía si esos 72.500 millones de euros se hubieran invertido en crear una sociedad tan dinámica y acostumbrada al esfuerzo como demostró ser la Andalucía de aquellos emigrantes.

Pero en lugar de eso, hemos preferido crear una sociedad localista y controlada por el dinero público, donde casi todo consistía en sentarse a esperar el hermoso espectáculo de los fuegos artificiales que nos regalaban la vista. Aunque pagasen otros.

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