Con la venia

Fernando Santiago

El espacio público

NO sé si es un hándicap español, si andaluz o si en Cádiz se da de manera especial pero creo que tenemos un problema  de educación y con el  cuidado del espacio público. Estos días nos hemos alarmado por cómo han tratado la ciudad los visitantes o, si lo prefieren, los ciudadanos que durante unos días han ocupado las calles de Cádiz con motivo del carnaval. Días antes llamó la atención la manera en la que la ciudad se preparaba para la llegada de las hordas: jardines vallados, fuentes cubiertas y todo tipo de precauciones para evitar el destrozo del mobiliario urbano (con un gasto cuantioso en medidas preventivas). No obstante han llamado la atención los graffiti en la fachada de la Catedral y el persistente olor a meados por todo el centro. Cádiz lleno de residuos y de efluvios. No podemos echarle la culpa, tan sólo, a los visitantes. Hay algún problema con la educación de la sociedad. Ni siquiera tiene que ver con que sea carnaval, la fiesta del desenfreno. En Semana Santa después del paso de una cofradía hay una alfombra de cáscaras de pipas y cacahuetes , de bolsas de gusanitos y de todo tipo de basura. Y se supone que los seguidores de esta fiesta son gente de orden y todos ellos fieles cumplidores de las normas de la Santa Madre Iglesia. Eso por no hablar de la cera que dejan caer despreocupados los penitentes como si el suelo de las calles no fuese de nadie. El mismo ruido que a unos les parece insoportable en carnaval a otros se los parece en Semana Santa. Ruido al fin y al cabo, uno para mayor gloria de la Pasión de Jesucristo y otro descreído. Las barbacoas tampoco tienen religión pero ¿a qué dios rezan los que tiran envoltorios al suelo, los que sacan a sus mascotas a hacer sus necesidades a la calle, los que hacen botellón, los que dejan sus enseres domésticos estropeados en las aceras, los que rompen papeleras? No se trata, pues, de una creencia. No creo que un católico cuide más la ciudad que un musulmán o un ateo. Creo que en nuestra sociedad hay un desprecio absoluto hacia lo público. Que la gente hace en la calle lo que no haría en su casa: no creo que nadie mee en el pasillo de casa, ni deje una litrona vacía sobre el suelo del salón ni se ponga a dar gritos o a hacer el cafre en la cocina. Es verdad que las fiestas populares son un breve receso en las ciudades a la hora del cuidado del entorno común. Pero me malicio yo que algo hacemos mal en la educación de nuestros hijos o en la formación de la opinión pública cuando una mayoría trata de esta manera los lugares comunes. No sé si es que en el norte de Europa no hay tanta vida en la calle ni tantas fiestas populares o es que la gente es más civilizada. O siguiendo a Max Weber, algo hay en la educación católica que la sitúa en un plano de inferioridad frente al calvinismo o al protestantismo. Puede que el clima y la energía vital del sur juegue en contra nuestra. Eso sí, somos luego los primeros a la hora de exigir a nuestros gobernantes. A veces  ya no es ni la fiesta porque hay algunos que no saben reivindicar sin destrozar el mobiliario urbano, en esta ocasión movidos sin duda alguna por cualquier noble causa.

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