EFECTO MOLESKINE

Ana Sofía / Pérez- / Bustamante

Banquetes y ali(b)ios

Sale el cadáver de Gadafi por la tele, y su cuerpo ensangrentado antes de morir, y me sorprende pensar que, más allá del alivio, sólo siento asco, y un eco de las palabras de Hannah Arendt: he aquí, en esta piltrafa que nos invade por el televisor, la banalidad del mal: la del tirano paranoico, asesino y bocazas, y la de esos jóvenes que alimentan su odio maltratándolo y grabándolo con el móvil. Es tan espeluznante que me pregunto por qué está permitido retrasmitir eso. Es tan obsceno como los ojos de bocio y pez de Belén Esteban con los que me tropiezo zapeando cada día. Escucho en la radio las reacciones a la autodisolución de ETA: todos esos políticos insistiendo en que es ETA la que ha perdido la batalla contra la democracia y no hay nada que negociar, porque ya hemos pagado con sangre. Los políticos no suelen decir lo que pasa en realidad, ni lo que va a venir a continuación. Tanta insistencia en la victoria... Los terroristas han sabido siempre venderse frente a la Europa libre, como si fueran irlandeses oprimidos, que nunca lo fueron. ¿Qué quieren conseguir de la ONU? ¿Es una maniobra pro-Bildu de cara a las próximas elecciones? ¿Se han dado cuenta, en plena crisis, de la cantidad de capital vasco que ha salido de la patria vasca para crear riqueza en otras tierras? Sé que debo alegrarme, pero me sorprende mi falta de euforia. Tal vez sea justo eso lo que pretendan: desactivar la alegría convirtiendo en gracioso don suyo lo que ha sido una esforzada conquista nuestra, de todos. Quieren escribir su historia épica, consolidar su bucle melancólico-triunfal. La viuda de una víctima de ETA declara que celebra el cese del terrorismo por sus nietos, pero que el perdón es algo íntimo y personal, y ella no perdona. Tanto dolor. Pienso en los niños desaparecidos en Córdoba. ¿Habrá sido capaz el padre...? Y recuerdo a Procne, y a Medea, que por vengarse de la traición de sus maridos fueron capaces de matar a sus hijos. Y guisarlos, y servírselos a la mesa. Y contarles a ellos, los protervos infieles, qué habían comido cuando era ya tarde. Qué tremenda tendencia a la reencarnación tienen los mitos griegos. ¿Qué irán a comer ahora los libios? ¿Qué nos ha servido ETA ahora a la mesa?

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