Cultura

El pregonero que no estuvo allí

  • Julio Llamazares dio inicio ayer a la Feria del Libro gaditana con una charla en la que defendió "normalizar" y "desacralizar" la lectura · "Leer tendría que ser algo tan corriente como el bar y el fútbol", afirma

"Eso de ser pregonero es un poco raro -comenta Julio Llamazares, 'pregonero' de la XXVI edición de la Feria del Libro de Cádiz-. Es como si yo tuviera que venir aquí con una corneta o algo y ordenar que todo el mundo disfrutara con las fiestas". En efecto. No hay lugar para imaginarse a Llamazares con una corneta en mano. No hay manera. Aun vestido de alférez, lo lógico sería que ante tamaña sugerencia nos dirigiera una mirada feroz y exclamara: "Pero, ¿estamos tontos?".

No hay pregón al uso ni loas gratuitas. El autor leonés -que fue presentado por el director de Diario de Cádiz, Rafael Navas- repitió en la inauguración del encuentro el mensaje que viene repitiendo, afirma, en todos los institutos a los que acude: que leer no es un acto sagrado, que uno no tiene que leer si no quiere y que lo mejor que podríamos hacer con los libros es normalizarlos. "Hemos dotado a la lectura de un carácter sagrado y excepcional, algo de lo que tenemos culpa muchas veces los propios escritores, que nos transformamos en una especie de sacerdotes del culto. La gente termina pensando incluso que somos personajes extraordinarios, lo que demuestra que no se conoce mucho a los escritores".

Es tan sagrada, la lectura, reflexiona Julio Llamazares, que hablamos en susurros al entrar en las librerías, "y sólo nos falta santiguarnos al salir por la puerta", dice. "Con todo esto, no extraña que el no leer haya terminado adquiriendo carácter de pecado -explica el escritor-. Y es que parece que aquí tengamos la costumbre de hacerlo todo al revés".

"Leer, en realidad, tendría que ser algo tan normal como la música, como el bar y el fútbol -continúa-. Leemos para disfrutar y para saber más, no para sufrir".

Llamazares aprovecha para repasar algunos de los eslóganes desarrollados para promover el amor por los libros: "Unas campañas de efectos colosales, a juzgar por los índices de lectura", ironiza. La idea de que un libro te ayuda a pensar: depende. La idea de que leer es bueno: también depende, del qué, del quién, del cuándo. O el axioma más torticero: aquel que afirma que leer mucho es sinónimo de cultura. "Dado que la cultura es la capacidad del individuo para relacionarse con el medio en el que vive, puedo decir que muchas de las personas más cultas que he conocido no habían leído un libro en su vida -explica Julio Llamazares-. Un campesino puede ser mucho más culto que un tipo con tres carreras pero incapaz de desarrollar una sola idea propia. Y además, hoy día, está también Internet...."

"Siempre recuerdo -prosigue el escritor-, un viaje que hice en el año 88 a Suecia. Era verano, y como siempre han hecho y seguirán haciendo todos los políticos, hablaban de qué iban a hacer en las vacaciones. Que siempre es lo mismo: leer y pasear. Y no sé yo por qué insisten en decir eso, cuando está claro que no leen y que dedicarán su tiempo libre a beber sangría y a ir a la playa, como todos. Contrastaba enormemente con lo que decían los ministros suecos: uno se iba a dedicar a hacer parapente; otro era aficionado a la apicultura, e incluso había una ministra que decía que iba a aprovechar el descanso para acostarse con su marido, porque no tenía tiempo..."

"Ninguno decía nada de leer, ¿por qué? -apunta-. Porque era algo asumido, no era una acción excepcional, privilegiada, sino integrada en la vida cotidiana".

Para el literato, lo mejor que se puede hacer con un libro "es ponerlo al alcance de la gente, pero no convertirlo en una obligación, no culpabilizar que no se lea". Una culpabilidad que obliga, comenta, a fabricar "divertidas excusas". Las más manidas, la falta de tiempo y que los libros "son muy caros": "Algo que suelen decirte mientras sostienen un gin tonic en una mano", sonríe.

"Pero como podría parecer raro que no me dedicara a tocar la corneta -concedió el leonés-, voy a invitarles a reflexionar en torno al papel que puede tener el escritor en el siglo XXI . Un papel que debe ser muy similar al que tenía en el siglo I".

Así, Julio Llamazares admite identificarse con la respuesta que dio Stephen Vizinczey cuando le preguntaron por qué escribía: "No lo sé -contestó el autor húngaro-. Lo único que sé es que de pequeño era un mentiroso redomado": "Yo también fui un gran mentiroso -confiesa Llamazares-. El escritor puede que no sea otra cosa que esa persona que va siempre en busca de la mejor mentira. En todas las culturas, la mentira ha sido siempre muy mal vista, excepto en tres casos: el niño, el loco y el novelista, o el que inventaba historias".

Para el autor de La lluvia amarilla es ese, precisamente, el oficio más viejo del mundo, el que está dedicado "ahuyentar o convocar a los fantasmas, a resistir al frío o a tratar de entender la vida, que sigue fluyendo sin que podamos pararla, por más que los novelistas nos empeñemos en ello".

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