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Cultura

"Hoy en día no aceptamos la maldad, la llamamos locura"

  • El gaditano Rafael Sierra recrea en su primera novela, 'Once minutos'', un encuentro ficticio entre George Elser y Adolf Hitler en el campo de Dachau

Si de algo dice que podría hablar sin miedo es del paso de la República al Imperio en época romana. O del nacimiento del Cristianismo como culto en el Mediterráneo. "Lo que sé de la II Guerra Mundial es como alumno más que como experto", comenta el profesor de Historia Rafael Sierra. Novelista recién estrenado -ha publicado su primera obra de ficción, Once minutos, con Ediciones Absalon-, Sierra descubrió el caso de George Elser -el carpintero alemán que trató de asesinar a Hitler en 1939- hace poco más de un año.

"Lo curioso de este atentando -explica Rafael Sierra- es que se intentó acabar con el Führer en numerosas ocasiones, pero siempre desde organizaciones bien formadas, desde la resistencia, grupos terroristas... Elser actuó completamente solo. No tenía una estructura detrás ni pertenecía a ningún grupo. Era un tipo normal, carpintero, separado de su mujer, con un niño... y, en un momento determinado, entiende a lo que puede conducir Hitler y trata de eliminarlo".

Para acometer su plan, Elser estudió explosivos y relojería e hizo estallar el artefacto en Munich, once minutos después de que Adolf Hitler abandonara el recinto: "Hitler era un tipo con muy buena suerte -reflexiona Sierra-, algo que le sirvió para respaldar su actitud mesiánica: la divina providencia, se decía, vela por mí para que lleve a cabo una magna labor en Alemania. Además del fiasco de la operación Walkiria, hubo otro atentado en el que le pusieron una bomba barométrica en el avión que, en teoría, debiera haber explosionado con la despresurización. Y no lo hizo".

Elser, en cualquier caso, fue juzgado, declarado culpable y condenado a muerte. "Pero no lo ejecutaron de inmediato -explica Rafael Sierra- porque Hitler nunca creyó que actuara solo, así que se trataron de buscar sus conexiones con el Partido Comunista alemán, la Gestapo lo torturó... Fue trasladado por distintas cárceles y, meses antes del final de la guerra, lo destinaron a Dachau, donde existía una cédula de prisioneros especiales".

El 5 de abril, nueve días antes de que las tropas internacionales tomaran el campo, estos 'prisiones especiales' fueron ejecutados por Himmler. En la ficción propuesta por Rafael Sierra, ambos hombres vuelven a encontrarse justo en las vísperas, con un Hitler derrotado que trata de averiguar las razones del visionario que quiso acabar con su vida: "Hitler podía entender que quisieran acabar con él militares desafectos al régimen o gente desesperada al final de la guerra, cuando todo suponía una tremenda decepción. Tras el atentado del 44, llegó a decir, incluso, 'Ojalá me hubiesen matado' -comenta el escritor-. Pero no podía entender que alguien hubiera deseado eliminarlo en la cima de su gloria, cuando todos los adoraban ciegamente. Entre otras cuestiones, este libro plantea si, en ocasiones, habría que considerar el magnicidio como algo justo".

"Hoy día -prosigue Sierra-, como la maldad no se acepta, la llamamos locura. No podemos asumir que alguien, simplemente, sea perverso, tenga mala condición, y lo metemos en el saco de lo incontrolable, quitándole responsabilidad. Pero Hitler -insiste- no estaba loco: era un malvado. Argumentaba muy lógicamente. Elser también, y vemos cómo las motivaciones de uno y otro pueden llegar a ser muy parecidas".

Comenta Sierra que existen muchos acercamientos a la figura que dio rostro al mal en el siglo XX, pero que apenas se conoce nada de su lado humano, "en parte -indica- porque él mismo llegó a creerse un icono, una figura, y no dejaba a nadie penetrar en su intimidad como ser humano. Se sabe muy poco de lo que opinaba respecto al amor, de lo que hablaba con sus amigos... Sabemos que le gustaban el arte, los niños... pero poco más".

Dice Rafael Sierra que escribió Once minutos para saldar dos deudas, "una personal y la otra, digamos, pública". "La población hebrea en Centroeuropa fue masacrada de tal manera que las comunidades judías que viven hoy en Viena, Praga o Budapest son de nuevo cuño, no tienen continuidad con los que vivían allí antes de la guerra... -cuenta-. El único consuelo que los que murieron podrían tener a ese horror es que no los olvidaran, que las generaciones futuras supieran por lo que habían pasado. Cuando les hablo de estas cosas a mis alumnos y no saben nada del tema, tengo la sensación de que los verdugos han ganado".

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