Cultura

Lord Byron muerde fuerte

  • Vampiros y criaturas crepusculares abundan entre las novedades editoriales

Saltan con hambre de los diccionarios y se encaraman en alguna portada, al vil capricho. Templario, código, catedral, viento. Hasta ese momento, son palabras inofensivas, anodinas para la mayor parte de los mortales. Pero siempre llega un instante en el que su naturaleza cambia y, de meras nadas, pasan a ser el nombre más ansiado, la clave secreta ante la que se abren las puertas de las editoriales, las mesas de novedades y las cajas registradoras.

La última palabra todopoderosa es, por supuesto, vampiro. Explícita o sugerida, todo lo que haga que un libro huela a sangre y almas atormentadas tiene un plus de permanencia en la gran aventura gráfica de la lista de más vendidos. Las criaturas de Stephanie Meyer son, sin duda, las que baten el cobre en el mercado -la saga de Crepúsculo ha vendido dos millones de ejemplares sólo en España; 41 millones en todo el mundo-. Y dejan un rastro de hemoglobina lo suficientemente fuerte como para alentar a más seres crepusculares: Suma Editorial, por ejemplo, será la encargada de publicar el primer título de la saga El descubrimiento de las brujas, que narra las aventuras de una joven hechicera enamorada de un vampiro; Mondadori tiene prevista para marzo la salida al mercado español de Fallen, de Lauren Kate, una fábula sobre ángeles caídos y amores perdidos. El mismo sello se ha hecho con los derechos de The Radleys, de Matt Haig, que nos cuenta cómo es el día a día una familia de vampiros abstemios en Londres. Montena acaba de publicar Eternidad de Alyson Noel -otra saga sobre seres inmortales definida como 'romance paranormal' (no tan sic)- y Cuatro Almas, de Eden Maguire -un thriller romántico protagonizado por zombies que, sin embargo, no tiene nada que ver con Zombies Party-.

El pastel es tan grande que hasta se ha apuntado un descendiente del creador de Drácula: Dacre Stoker, biznieto del Bram Stoker que transformó a Vlad Dracul en un mito moderno, ha escrito junto a Ian Holt una segunda parte de la historia del Nosferatu más famoso. Drácula, el no muerto cuenta entre sus personajes con la condesa de Bathory, repentinamente interesada en la joven y nebulosa Mina.

¿Y qué tiene el pastel para que a todo el mundo guste? O, mejor dicho, ¿qué tiene el pastel para hacer que miles de adolescentes hiperhormonados se entreguen a él hasta el empacho? El primer elemento, por supuesto, es una trama de amor imposible. Ese es el máximo y más adictivo común divisor de todos los libros que han ido apareciendo al calor de los mordiscos. Hay otra base de fuerza que hace que los títulos crepusculares y sus homólogos se reproduzcan con ansia vírica entre los lectores más jóvenes: los adolescentes son también -como vampiros, zombies, hombres lobos y demás hierbas- criaturas aullantes. Y, como ellos, hacen gala de una inadaptación absoluta al medio que les ha tocado en suerte: "De acuerdo -vienen a decir- soy un monstruo y no hay quien me entienda. Pero soy un monstruo interesante".

Por supuesto. Si no, no hablamos. Hay que ser un monstruo rompedor. Así, los protagonistas masculinos responden, en su mayoría, al arquetipo de héroe byroniano: hombres inteligentes, torturados, carismáticos, sofisticados, bañados en autodestrucción y magnetismo sexual y, básicamente, insoportables. Héroes byronianos son -para entendernos- el Heathcliff de Cumbres Borrascosas, el Rochester de Jane Eyre o el Lestat de Crónicas Vampíricas. Lobezno es un héroe byroniano. Y Jim Morrison, por ejemplo, y James Dean. Y, por supuesto, lo es el Edward Cullen de Crepúsculo.

Ahí lo tienen: inadaptación, amores imposibles y espíritus jorobados. La cuadratura del círculo. Una fórmula que no tiene nada de nueva -a pesar del reluciente collar- y que nunca ha fallado, se disfrace de lo que se disfrace, con batas verdes o con capas negras.

Al otro lado de la ecuación, encontramos a una entregada chiquillería, empeñada -como hizo con Harry Potter- en ponerle bombonas de oxígeno al mercado editorial. Quién hubiera pensando que la generación de la consola se dejaría la piel salvando a la estrella de la radio.

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