Cultura

Que corra raquia en el funeral

  • Goran Bregovic distribuye alcohol balcánico con su banda de bodas y entierros en el inicio de temporada del Falla · El autor de celebradas bandas sonoras de Kusturica arranca hoy su gira española

Cuando Emir Kusturica pone a danzar a sus personajes mortalmente exagerados, elefantiásicos en su turbia humanidad, lo hacen al ritmo de la música de un artista divertido, rebosante de ingenio y de amor a la vida, que ha sufrido el drama de perder su país, de perderlo en la más salvaje de las guerras. Danzaban los personajes de Kusturica la pieza Kalashnikov sobre un campo minado de criminales a uno y a otro lado de las nuevas fronteras. ¿Quién le puede decir a Goran Bregovic que no es yugoslavo? Su madre es croata, su padre serbio y él nació en Bosnia. "Soy yugoslavo", sigue diciendo aún hoy Bregovic. El nombre del país que ya no existe, el nombre del país que estalló, hablaba de unidad; una unidad artificial, es cierto. Ahora ya no es nada. Bailemos y bebamos pues. Es la mejor forma de sobrellevar un funeral.

El más celebrado músico balcánico, autor de las señas de identidad de las más gitanas películas de Kusturica (Underground, El tiempo de los gitanos...), empieza hoy en Cádiz la gira de presentación de su fresco racial Alkohol, un último disco en el que le acompaña su nutrida banda de bodas y funerales, donde hace cantos a la raquia, el brandy balcánico por excelencia, el vino y el champán. ¿De qué otro modo se puede expresar una alegría que está preñada de desesperanza? Aparentemente, la música de Bregovic es una fanfarria en la que sólo falta la cabra. Metales de todo tipo, trompetas y cuernos de vaca y más de una veintena de músicos en escena para iniciar su gira española y abrir la temporada del Falla. Pero Bregovic, también un apasionado del rock, convierte la fanfarria en celebración y, a ratos, nostalgia, una tristeza desgarradora. Así es Alkohol, una obra desafiantemente folclórica, entendido en sus dos acepciones, como juerga y como conjunto de canciones de un pueblo. Al mismo tiempo, es deslumbrantemente moderna, no hay nada muerto en este conjunto de perlas que son un tumulto de instrumentos, de voces, de gritos. De charanga, en definitiva. Es la gobernabilidad del caos, curiosa cualidad que domina genéticamente Bregovic. Pues de todo ello habrá esta noche ante un teatro lleno.

Ante nosotros, este hombre que iba para profesor de marxismo, que detestaba estudiar violín y al que se le cruzó una guitarra primero ("porque con la guitarra se ligaba más"), Kusturica después y, para terminar, una guerra y un exilio. Este hombre fue la gran estrella del rock tras el telón de acero en los años 80, "cuando cometí muchas estupideces". Este hombre ha congregado a 500.000 personas en la plaza St Giovanni de Roma y las ha puesto a bailar; este hombre ha juntado charangas gitanas de Bulgaria, Rumanía, Hungría y Serbia -sólo parte de su "campo de alimentación musical"- para crear algo que él llamó las raíces calientes de los Balcanes. La biografía de este hombre es tan desmesurada como su obra. Como él dice, "mi idioma sólo lo hablan 15 millones de personas y mi música se escucha en todo el mundo". Algo tiene que transmitir para que esto sea así. Y, sin duda, lo es.

El plan para esta noche es "divertir", que es para lo que Bregovic decide subirse a un escenario. Será en la primera parte del concierto cuando nos encontremos con el Bregovic que destila amor por la música ancestral. Es la parte dedicada a sljivovica, una raquia que corría a raudales en los años felices de su Sarajevo natal, también el motivo de la separación de sus padres. Aquí entran en acción sus 21 músicos, que ya no son como antes cogidos entre charangas familiares, pero sí que llevan sangre balcánica en cada una de sus notas. La segunda parte, la dedicada al champán, al fin y al cabo su país de acogida, Francia, es más compleja y, en cierto modo, alejada de la concepción que se tiene de la música de Bregovic. Seis voces masculinas, dos voces búlgaras femeninas y un quinteto de cuerda para degustar un cóctel que promete ser una de las más agradables borracheras del año. Incluida su resaca. Brindemos, que la noche es joven.

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