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XXxI festival iberoamericano de teatro 3 Inauguración

Donde vive el duende

  • El espectáculo 'El callejón de los pecados', de Eduardo Guerrero, abre el FIT en el Falla El bailaor reivindica el lugar del flamenco en el preciado coliseo

Quizás no sea un callejón -la excesiva sobriedad de la escena tapía la imaginación- pero, qué más da, si el duende buscara hogar aquel sería su refugio. Quizás no sea un callejón, a veces se nos antoja que toma hechuras de plazoleta, otras de recogida casapuerta, pero el duende se pasea por cada losa de El callejón de los pecados de Eduardo Guerrero, el bailaor que anoche inauguró en el Gran Teatro Falla la XXXI edición del Festival Iberoamericano de Teatro entre oles y aplausos de una orilla y otra del Atlántico.

Un haz de luz indica, por momentos, el camino pero no hay estrechez de calles, no cabe, en un baile tan amplio y diverso, con tantas caras y matices como las del propio creador gaditano que ha sabido hacer de su callejón un escaparte en el que exhibir su contemporaneidad y su flamencura, caras a partes iguales.

Y es que en su propuesta hay sensualidad y recogimiento, colos tangos y los tarantos como respectivos baulartes. El estilo con el que conquistó Las Minas nos sorpende al comienzo de este paseo por el espectáculo de Guerrero que se da, desde el comienzo. No se guarda un as, no hay trampa ni cartón, arranca fuerte, dejando al respetable sin respiro, sólo con aire en los pulmones para exhalar un "¡anda que no!".

Elástico, elegante, con una anatomía privilegiada para la danza y una cara racial elegida para saborear las mieles del jondo, el bailaor aprovecha y marida cada recurso aprendido en su ya amplia trayectoria para armar un espectáculo donde el baile, y el cuidado vestuario, se comen a la dramaturgia.

No es necesario el texto inicial -a pesar de su belleza- porque el hilo, el de verdad, el fuerte lazo que une artista con público, reside en un baile magnético y un atrás de primera, con Emilio Florido (soberbio en el Romance de Zaide) y Pepe de Pura (dulce y con poso en la toná) a la altura de la entrega del protagonista.

Si brillantes son los tarantos, con torsiones imposibles, figuras creativas y despliegue de fortaleza como cuando sucesivamente clava la rodilla en escena, para pecar son los tangos con la cintura y hombros como protagonistas, acompasados hasta el morir, hijos del encamamiento entre la elegancia y la arrebato.

Pies a la velocidad de Hermes, el mensajero de los dioses, en el número del zapateado que puede ser el más llamativo en cuanto a escenografía. Con tres cajas de madera que el bailaor derriba para colocarse encima y dejar maravillados a sus paisanos en tres fases diferentes: zapateado puro, juego de compás, y adorno con pañuelo. Una delicia.

Tonás que rompen en seguiriya y la soleá que muere en fiestas darían por concluido el recorrido por El callejón de los pecados con una larga ovación del público puesto en pie y un Eduardo emocionadísimo que no perdió la oportunidad para tomar la palabra y reivindicar el lugar por derecho propio que el flamenco debe ocupar en el Falla. Un escenario donde ayer, al menos, sí vivió el duende.

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