Cultura

Quintaesencia punk

  • En agosto de 1976, hace cuarenta años, llegó a las tiendas el disco de los Modern Lovers, la banda proto-punk de Jonathan Richman que sacó al rock del pantano en el que se hundía

The Modern Lovers es El Disco. En su género, es único. De su condición, es el primero. Esto es así. No hay nada que debatir. No hay discusión que valga. Punto.

Este disco guarda en sus surcos la célula madre.

Esto no es una desmesura. No hay nada de exageración.

La veneración por esta obra seminal no es fruto de la borrega alienación que infesta la cultura popular de masas ni tampoco de la pretenciosidad elitista e intelectualoide que presume y se vanagloria del gusto por lo excéntrico y minoritario.

Éste es uno de los discos menos promocionados de la historia de la música pop. Hay que decir lo mismo de sus autores. Este disco nació cuando el grupo que lo hizo ya no existía como tal. ¿Pero quiénes son estos Modern Lovers? era una pregunta frecuente. Aún hoy, difícilmente tienen un hueco en las enciclopedias ni en los manuales de rock.

Este disco es una obra póstuma. Y es un legado. Su herencia, cuarenta años después, no se ha agotado.

Sí, este disco cumple este mes cuarenta años. Llegó a las tiendas en agosto de 1976. Sus canciones habían sido grabadas cuatro años antes. Podría estar prensándose hoy mismo. Sería un descubrimiento. No hay bandas actuales -y hay alguna que otra muy buena- capaces de hacer un disco como este. Hacen otras cosas. Están bien. Pero no como este disco.

Su autor no tenía ínfulas de estrella del rock. Fue un visionario sin conciencia de serlo. No quería tenerla, no le preocupaba. Elvis Presley dijo una vez que "ser grande es ser incomprendido".

Jonathan Richman era un joven de Boston que se marchó en 1969 a Nueva York siguiendo el rastro que había dejado The Velvet Underground y que estaba evaporándose como el gas subterráneo que huele mucho al principio y desaparece pronto. En su ciudad, Richman se dedicaba a ir al museo de arte y en una sala donde había un cuadro de Cezanne observaba a universitarias cool con chaquetas y botas altas de ante que le molaban mucho más que la pintura. Eso era lo que le gustaba antes de fundar los Modern Lovers y grabar este disco y marcharse después con la música a otra parte.

La paradoja es que, aun subyugado por la banda de Lou Reed, Richman tenía previsto transmitir una visión de la vida bastante más luminosa que la que anidaba en la mayoría de las canciones de The Velvet Underground. Para empezar, las drogas no eran un asunto que le interesara. Los temas de Richman se adentraban en las relaciones chico-chica, el amor condenado a la fugacidad, los caprichos del corazón y el influjo del frenesí de la vida tremendamente urbana con su velocidad, sus autopistas, calles y avenidas, sus hospitales. "No me interesa el espacio sideral", se le oye decir en una entrevista.

Y eso sale a relucir en sus letras y en sus guitarrazos.

Porque, a ver: hay mucho fanático del Guitar Hero fatalmente convencido de que cuanto más te enredes con las cuerdas y más agites y enarboles y zarandees el mástil mucho mejor va a sonar lo que te traes entre manos y más ojiplática y boquiabierta vas a dejar a la parroquia. Error.

Pero eso era lo que ocurría cuando los Modern Lovers -los compinches de Richman eran Ernie Brooks, Jerry Harrison y David Robinson- entraron en acción. Los arpegios iniciales de Hotel California, de los Eagles -entonces en la cresta de la ola gracias a las grandes discográficas y a sus correas de transmisión, las emisoras de FM-, eran considerados el no va más del guitarreo al tiempo que una apertura de canción tan ortodoxa como emotiva (glup). El rock de los setenta se había vuelto pomposo, serio. Era un paquidermo que apenas podía moverse, no quería hacerlo. Quienes lo engordaban eran Toto, Boston, Foreigner, Kansas, los citados Eagles. Gente así. [Otro dato: una chica que estaba de su parte era Linda Ronstadt, y de la nuestra estaba Patti Smith].

Así que los Modern Lovers, que a lo que se dedicaban principalmente era a hacer bolos y conciertos en los que casi nunca interpretaban sus canciones de la misma forma, grabaron unas demos a principios de los setenta que, años después, fueron producidas en su mayoría por John Cale (ex Velvet Underground, y se nota, vaya si se nota) y terminaron convertidas en eso: en El Disco.

Entonces ¿hablamos de arranque, de cómo se abre un disco?

Cara A: Roadrunner. Que ya es un clásico. Jojo -apelativo cariñoso de Jonathan Richman- suelta su "One, two, three, four, five, six!!!" y tiembla el misterio. Y comprobamos que sí, que además de VU, el líder de los Modern Lovers estaba empapado de los Who y los Kinks más básicos y menos operísticos y cabareteros, y también de todo el garaje punk norteamericano de los sesenta, los Kingsmen, Mark and The Mysterians, Standells, Count Five... El órgano de Jerry Harrison, que fichará por los Talking Heads, expresa la predilección que siente la banda por el sonido farfisa de aquella época.

Cara B: She Cracked. Pocas veces una guitarra ha dado tanto con tan poco. Y lo mismo ocurre con otra gema de esta parte del disco, Someone I Care About.

Cuarenta años tienen esas canciones. Cuarenta. Podrían tener cuarenta días. Cuarenta horas. Cuarenta minutos. En 2016, a veces sigo pensando que acabo de comprarme El Disco.

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