CRÓNICAS CERVANTINAS (2)

El robo manco y otras entretenidas historias

  • Elisa Ruiz García, catedrática emérita de la Universidad Complutense, desgranó los secretos del facsímil 'Autógrafos de Miguel de Cervantes' en otra conferencia del ciclo de la Academia Hispano Americana

UNCA me dio por pensar en la paleografía, por eso conocer a Elisa Ruiz García, catedrática emérita de la Complutense, ha sido un deslumbramiento paleográfico.

Vino ella a impartir la segunda conferencia vespertina del Homenaje a Miguel de Cervantes de la Real Academia Hispanoamericana, esta vez en el Baluarte de la Candelaria, en medio de la Feria del Libro. La acompañaba el editor Dionisio Redondo con un ejemplar de los Autógrafos de Miguel de Cervantes: una bellísima edición para bibliófilos. Se trata de una tirada limitada de, justamente, 1.616 ejemplares, que incluye los facsímiles de los documentos auténticos que se conservan (hay abundantes falsificaciones del siglo XIX). Les sigue un volumen con estudios de Elisa Ruiz, Juan Gil, José Manuel Lucía Mejías y Sandra Mª Cerro Jiménez. Los curiosos pudimos ver el libro escogido como regalo del rey Felipe VI al Papa Francisco con motivo del IV centenario, forrado en seda carmesí (el color de las armas de nuestro rey). Se abre con un dibujo de Hernán Cortés inspirado en el famoso retrato de Juan de Jáuregui. Hoy se sabe que ese no era don Miguel, pero qué importa: puestos a imaginar la sombra de un fantasma, ninguno tan cortesano y tan pulido, tan hermoso y sutil.

Todo lo que nos queda de la mano de Cervantes son doce documentos burocráticos, tres de los cuales están en los Estados Unidos. Uno de ellos tiene una historia peregrina: Elisa Ruiz se dio cuenta de que el manuscrito C2 f. C419 Ms. 3 (a-b) de la Biblioteca Rosenbach de Filadelfia estaba incompleto: extraña sustracción que hace pensar que quien lo sacó de su archivo original o fue interrumpido o no debía ser nada experto. Un robo manco. La fortuna le sonrió a la investigadora en el archivo de Simancas, en Valladolid, donde estaba la página perdida. Una aguja en un pajar.

Entre las muchas cosas de interés que explicó Elisa Ruiz está la descripción de la disposición de la carta como un pequeño escenario: arriba por la izquierda entra con parsimonia el destinatario, un Ilustrísimo señor. Luego, tras un amplio espacio en blanco, el teatrillo epistolar. Por último, abajo, alineado a la derecha, sale haciendo discreto mutis por el foro el nombre del remitente.

Cervantes escribía con la letra elegante de la época, la más florida y costosa de aprender (los maestros cobraban por enseñarla más): la que, procedente de Italia, se denomina letra cancilleresca (la más barata era la redondilla de los comerciantes), que luego evolucionó a bastardilla. Hasta 1840 no se inventó el sobre: la carta se plegaba sobre sí misma, se añadía el destinatario y se sellaba con lacre. Tampoco había sellos.

La escritura siempre evoluciona con la edad. Lo que la paleografía puede decir de Cervantes es que sus cartas de juventud son cartas de pretendiente que pide favores con letra esmerada y una firma de rúbrica muy ensayada: algo así como un torbellino de espirales que parece un tifón (un embudo de aire, una cola de nube). Empezó firmando solo "Miguel de Cerbantes", con "b" alta y sin el apellido materno, que era Cortinas. A la vuelta de Argel aparece un "Saavedra" escrito primero de manera titubeante y luego ya rotunda. Un "Sa avedra" en dos palabras, a la portuguesa: un "apellido de linaje" tomado de un pariente lejano. O quizá, como le contaron a Luce López Baralt, pudiera tener algo que ver con un apodo/apellido árabe que suena igual y que significa "el manco" (qué enorme ¿casualidad?). Lo de la "b" alta pudiera ser, dice Juan Gil, para que no sonara a "cervantes" de "ciervo", por aquello de la cornamenta. Las de madurez son cartas de recaudador de impuestos que tiene que dar explicaciones. Están escritas con letra más rápida, con más ganas de acabar. Los rabos de la rúbrica se van simplificando: con la edad se van reduciendo las pretensiones. Al final incluso se deja atrás el "Saavedra" solariego.

Curioso que en su testamento solo dejara encargadas dos misas (la gente se hacía decir cientos, miles, infinitas). No se sabe sin tanta parquedad fue por ahorro (Cervantes dejaba muy poco a su viuda), o si le daba un poco igual.

En el coloquio que siguió Elisa Ruiz contó que las enfermedades neurológicas se manifiestan antes que nada en la escritura, porque el mal funcionamiento de las neuronas se traduce inmediatamente en problemas de tipo espacial. Los primeros síntomas del párkinson se ven en que la longitud de los renglones va disminuyendo, de manera que el texto tiende a presentar forma de pirámide invertida. Esto podría servir a los neurólogos como prueba orientativa de diagnóstico. Elisa conserva, con estos síntomas precoces, el manuscrito de Mis almuerzos con gente importante, de José María Pemán, que fue muy amigo de su marido y dio a conocer esta obra (censurada) en una lectura pública en su casa de París. Si hay otra vida yo creo que me gustaría ser paleógrafa.

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