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José Luis Moreno_ Profesor de Filosofía de la UCA

El perfil sociológico de un pensador libre y crítico

  • El investigador publica una obra sobre el sociólogo Jesús Ibáñez en Siglo XXI

José Luis Moreno Pestaña es profesor de Filosofía de la UCA. En la siguiente entrevista conversa con Ildefonso Marqués, investigador en sociología del Centro de Estudios. Ambos se han congregado en Cádiz para dialogar en torno a la obra de José Luis Moreno titulada Filosofía y Sociología de Jesús Ibáñez (Cantabria 1928-1992), publicada por la prestigiosa editorial Siglo XXI. Es éste su segundo libro, tras haber publicado Convirtiéndose en Foucault (Barcelona, Montesinos, 2006), trabajo que fue vertido al francés y que ha tenido una acogida excelente en nuestro país vecino.

-¿En qué sentido es importante, para un público no especializado en ciencias sociales, pero con ansias de conocer la historia del pensamiento en España, conocer un libro como el que acabas de publicar? O dicho de otra forma menos personal, ¿quién es Jesús Ibáñez y cuáles han sido sus mayores aportes al conjunto de la ciencia social española?

-Jesús Ibáñez ha sido, sin duda, el sociólogo español más carismático de la segunda mitad del siglo XX. Creó, cosa única en la historia de las ciencias sociales españolas, con otros compañeros, una técnica de investigación original (el grupo de discusión), hizo una importante crítica de la encuesta estadística (en la que él era un experto extraordinario y un introductor en España) y, como sociólogo, planificó y asesoró la introducción de muchas grandes firmas comerciales en España y conoció de primera mano el despliegue del capitalismo de consumo en España. Ibáñez (con Alfonso Ortí y Ángel de Lucas, otros dos sociólogos potentísimos) generó una escuela, pese a su escaso poder académico y a su marginación institucional de años: eso lo dice todo de su fuerza teórica y de su personalidad, paradójica, divertida y, detrás de su pipa y de su aspecto poco convencional (era gordo, tenía unos jerséis un tanto gastados...), muy cautivadora. Como profesor era extraordinario, aunque, para ser honesto, creo que no todos sus alumnos lo entendían. Con Ibáñez, mucha gente no iba buscando cátedras, pero sí, y lo obtenían, ideas para investigar y un sentido de conjunto sobre qué es hacer sociología.

-Fue alguien que cambió...

-Políticamente, fue un joven falangista crítico y pasó a la izquierda en 1956 (como otro gran pensador español muy presente en el libro, Manuel Sacristán), pese a que mantuvo contactos con sus antiguas redes en el régimen. Manuel Fraga o Blas Piñar, por ejemplo, continuaron siendo sus amigos. Los conflictos intelectuales y políticos en el régimen lo colocaron entre quienes aspiraban a la excelencia intelectual y por eso chocaban con la carcunda que, por entonces, se dedicaba a atacar día sí y día también a Ortega y a marginar a Zubiri. Su origen rural, su propia conciencia de hombre poco convencional (hijo de madre soltera nacido un 29 de febrero...) y su sensibilidad falangista le unieron a quienes rechazaban la conversión de España en una sucursal de EEUU y en un país insensible a la injusticia social. Lo pagó caro. Ibáñez sufrió mucho cuando lo tenía todo para haber realizado una carrera universitaria meteórica. No quiso. Y para una persona de su ambición intelectual, fue un calvario. Después, con la ayuda de algunos amigos (como Salustiano del Campo), consiguió algo difícil: volver a la Universidad gracias al enorme prestigio que alcanzó como investigador de mercados.

-Dices en tu escrito que muchos de los filósofos de la generación del 68 -tanto en Francia como en España - pasaron por tres fases. Una primera de contenido marxista, una segunda de contracultural y una tercera democrática neoliberal. Señalas que algunos intelectuales han recorrido el trayecto al completo y otros no. ¿Podrías especificarnos con más detalle cómo se articularon estas transformaciones? ¿Cómo es comprensible que filósofos, cuyo marxismo ortodoxo o vasta crítica social nos sorprendían tanto, hayan acabado en las filas de la COPE o en Gran Hermano?

-Hay que afinar más esa tipología y habría que estudiar cada uno de los casos concretos a los que te refieres. Por una parte, la gente hace bien en cambiar de ideas si madura o se hace más sabia. Yo no defiendo la coherencia si eso significa encabezonamiento en el error. Habría que fiarse muy poco de los que nunca se equivocan y, discretamente, porque tampoco es cuestión de hacer psicodramas públicos (hay gente que vive intelectualmente arrepintiéndose de tonterías que ha dicho... para decir otras nuevas y continuar la rueda), se ubican en otro lugar. Por otra parte, hay gente que no cambia aunque cambie de bando ideológico. Siempre han existido en la imprecación, da igual de izquierda que de derecha, siempre han hablado buscando el titular -y para eso vale más lo extremoso que lo matizado- y siempre han estado movidos por el goce instantáneo y perverso de la condena y el trazo grueso. No por los placeres, trabajosos, del análisis, que otorgan la satisfacción de modo más lento. Como tú sabes, Durkheim decía que la Sociología, cuando se hace bien, le disgusta a todo el mundo. Sobre todo a los de arriba, claro, que tienen más que perder, pero le disgusta a todos: así no se fundan sectas, ni se tocan los resortes de la entrega fanática, y no puedes pintar el mundo como la lucha del bien contra el mal. Eso tiene poco rendimiento: a la gente, culta o no, nos gusta vivir muchas veces en la economía de la simpleza y la demandamos a los mensajes intelectuales. Por lo demás, hay muchos casos en que nos encontramos ante simples cínicos vulgares vestidos de hombres de principios, maquiaveletes de bolsillo disfrazados de savonarolas.

-¿Crees que existen esperanzas para pensar que algo que está cambiando? ¿No crees que los jóvenes investigadores han aprendido la lección y aspiran más a hacer investigaciones concretas y que no emulan ya a los Sartres del momento?

-La Universidad ha cambiado en su composición social y en su extensión. Cada vez hay más gente intelectualmente preparada, de orígenes sociales más diversos y por tanto con sensibilidades más plurales, que conoce más las redes intelectuales de otros países, quizá con menos complejos. Esto último no lo sé. Hay razones para alegrarnos de algunas cosas, agradecerlo (no es malo agradecer...) a la gente que lo ha permitido, pero, en ocasiones, sólo se oye a los profetas del desastre, lo que es completamente irresponsable. Hoy, es verdad, hay gente más modesta y más especializada, aunque los egos inflacionarios se pueden esconder tras muchos ropajes.

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