Jueves Santo Horarios, itinerarios y recorridos del Jueves Santo y Madrugada en la Semana Santa de Cádiz 2024

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Ojos como platos y boca abierta de par en par, toda la cara de un pasmarote atenuada con un "¡Uau!" que se me escapó en voz alta. La bóveda, compuesta de una única estancia, era lúgubre, mis ojos no hechos todavía a la habitación debido a la oscuridad del sitio en contraposición con la luz del sol, no divisaron a una figura encorvada no mucho más alto que yo. Di un respingo hacia atrás, sobrecogido por el miedo al haber sido descubierto y las represalias que conllevaría. La semana anterior mi padre me había dado una de sus famosas collejas por llegar tarde a casa. Todavía picaba. El hombre me sujetó del brazo, y yom creyendo que iba a pegarme o a chillarme me llevé las manos a la cara como defensa. -¿Qué haces aquí?- me susurró. No podía responderle, me encontraba absorto viendo las interminables estanterías que aglutinaban todas las colecciones habidas y por haber. Conocía algunas como las Hazañas Bélicas, el Coyote de Mallorquí, los seriales de Fu-Manchú, las primeras novelas de un tal Marcial Lafuente Estefanía que recreaba las historias de vaqueros que tanto nos gustaban a mí y a mi padre. Pero había muchísimas historietas desconocidas para mí. El hombre me zarandeó nuevamente, volviéndome a la realidad. -¿Qué haces aquí? ¿Me has seguido?- me preguntaba Manuel, el hombre que había llamado mi atención minutos antes en el quiosco de Puri de la calle Cervantes.-Yo, yo…. - no sabía qué responder. De pronto la puerta de la bóveda se cerró tras de mí y asustado, me libré del él y salí corriendo pies en polvorosa hacia delante. Pero la bóveda se hacía más angosta y solo tenía una puerta, la de salida, por lo que decidí esconderme entre las estanterías. Entonces vi que uno de los estantes tenía unas escaleras en un lado que daba a una buhardilla pero cuya puertecilla para acceder carecía de aldaba. Llevado por el nerviosismo y un sexto sentido, coloqué mi mano sobre la pequeña  puerta y se abrió como si estuviera predestinada a ser abierta por mí. Cuando entré, sentí un escalofrío que me estremecía el cuerpo. Me quedé aturdido y es que volvía a estar abajo en la bóveda, pero ésta había cambiado. Todo estaba distinto, las estanterías estaban ahora ennegrecidas, destrozadas y esparcidas por el suelo, también había restos de libros quemados. Y sobre todo, polvo y ceniza. Mis ojos se nublaron y aun con toda la polución que había en la bóveda logré llegar a la salida. Al abrir la puerta, Manuel colocó de forma amistosa su mano en mi hombro. -Manolito, que estés aquí no es producto de la casualidad. Cuando salgas a la calle verás una Cádiz distinta. Pero no te asustes pues en tus manos está recuperarla. 

 

No entendía bien lo que me quería decir, salí de la bóveda corriendo y me llamó la atención la oscuridad y suciedad de las calles. Cuando llegué a la Plaza de España mis ojos empezaron a llorar. El monumento de las Cortes que poco antes se había erigido allí, estaba ahora destrozado. Cuando me hube tranquilizado, Manuel me contó que al cruzar la buhardilla había viajado a un futuro de la ciudad no muy lejano. Un futuro donde la gente vivía bajo el yugo de un dictador. -Pues sí, Manolito, empezaron a quitarnos pequeñas cosas a las que al principio no dábamos importancia, nos quitaron algunas libertades como la de reunirse a ciertas horas un pequeño grupo de gente. No le dimos mayor importancia. Luego nos limitaron la libertad de expresión en asambleas, ayuntamientos, para terminar en las redes sociales que aún no sabes lo que es- dijo con una amarga sonrisa-. Finalmente, Manolito, nos quitaron el acceso a los libros. La prensa y los noticieros hacía tiempo ya que estaban controlados por el poder. Cuando nos quisimos dar cuenta, ya era tarde. Se quemaron bibliotecas y tus cómics, Manolito y tus cómics, para que olvidásemos a los héroes como El Coyote que tanto te gusta y que luchaba contra la opresión. Y entonces, Manolito, me acordé de esa frase: un pueblo que no sabe leer ni escribir, es un pueblo fácil de engañar. Pero como te dije, ya era tarde. Éramos esclavos de nuestra desidia, del creer que todo cambiaría. No hicimos nada y en nada nos convertimos.

 

Entonces Manuel rompió a llorar. -Pero no es tiempo de lamentarse, hemos encontrado un escondite en el tiempo, donde hemos creado bibliotecas, el templo del saber, Manolito, para que las generaciones estén instruidas y preparadas; y tú has sido elegido como protector de la bóveda -decía un emocionado Manuel, que acercó su mano a mi mejilla acariciándola de forma fraternal, un tacto que sentí muy familiar-. Ahora, Manolito, vuelve a casa y protege la bóveda, yo ya estoy viejo. Cuando seas un poco mayor comprenderás la importante labor que se te ha encomendado.

 

Pero yo, sin darme cuenta, había asimilado tan ardua labor y estaba deseoso de llevarla a cabo: -Manuel, lo llevaré a cabo, protegeré la bóveda y aumentaré su colección. 

Nos fundimos en un largo abrazo y nos despedimos para siempre. Su mirada deseaba decirme algo más pero se fue, crucé la bóveda y no volvería a verlo nunca más, pero en el fondo sabía que no era verdad, su tacto, su mirada, su parecido físico, me hicieron percibir que él en realidad era yo, llegado de un tiempo lejano con el mandamiento de preservar los libros, manantiales del saber. 

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