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Cultura

Iconografía de mínimos máximos

  • El universo pictórico de la palentina Marina Anaya se puede visitar en la galería Benot mientras que la galería serrana de Maru Redondo y Jack Neilson acogen la obra de la artista María Ortega

Fue tan apasionante la experiencia artística con la obra de Marina Anaya en su anterior comparecencia en la galería de Fali Benot, que era esperada con mucho interés otra presencia suya en el espacio gaditano de la avenida Ramón de Carranza. Y es que, en estos momentos donde muy pocos se atreven con algo distinto a lo que casi todos hacen, buscando la seguridad de lo fácil y agradable, apostar por una obra distinta, de naturaleza festiva e ilustradora de una realidad feliz con matices de entrañable ingenuidad, es siempre agradable y tremendamente atractiva para todos. Aunque haya algún que otro pontificador de la nada al que casi nada de lo que hay convence -sobre todo cuando no se trata de algo salido de su interesada cosecha-, en un afán por llamar la atención y jugar a ser moderno, creemos que hay que decir que la pintura de Marina Anaya es de un alto grado de convicción. Todo no van a ser sofismas intelectualistas que nada aportan y poco ilustran.

El universo pictórico de Marina Anaya lo forma una galería de personajes, desinhibidos, que actúan con sencillez, que adoptan maneras y usos cercanos, que escenifican un papel lleno de sinceridad y claridad vital y que plantean unos discursos impregnados de emoción, bondad e ingenuidad. Porque su pintura nos rescata de los burdos condicionantes de esta sociedad tan a contracorriente, porque atisbamos en sus personajes lo que quisiéramos para nosotros, porque el escenario donde éstos desarrollan sus acciones, sus actitudes, sus deseos y sus emociones ha sido despojado de tanto absurdo como nos rodea, la obra de esta artista nos envuelve de esperanza entre tanta desazón, nos relata situaciones que nos hacen sonreír, que nos abren una ventana a un mundo sin tantos reveses, más sencillo, sin tanta acritud y con desenlaces existenciales infinitamente más atractivos.

La exposición nos presenta ese feliz imaginario donde la pintora palentina recrea una bella historia cuyos personajes, trasuntos de una realidad sin cortapisas, manifiestan sus deseos, sus apasionantes viajes, sus situaciones cotidianas; nos hacen partícipes de sus amores, de sus anhelos, de sus pasiones; siempre con un personalísimo planteamiento pictórico en el que se representa una moderna iconografía de la existencia humana.

La obra que se presenta en la galería gaditana nos vuelve a situar ante ese mágico estamento artístico tan personal de esta autora donde lo esquemático juega un papel determinante. El relato de esa familiar escenografía de Marina Anaya se ha despojado de muchas innecesarias ilustraciones y sólo ofrece los mínimos episodios para que resplandezca la expresión en toda su magnitud; al mismo tiempo nos encontramos con una gran economía de medios plásticos que acentúa, aún más, el carácter expresivo de la composición y potencia ese sentimiento de entrañable ingenuidad que subyace en la pintura de esta artista.

De nuevo, Marina Anaya nos vuelve a conducir por ese personalísimo patrimonio de sencillez, de ingenuidad, de entrañable cotidianidad; otra vez nos encontramos ese universo de verdes y rojos con los que se nos plantea una feliz existencia protagonizada por unos personajes que hacen de lo mínimo un universo de máximos expresivos.

Marina Anaya se nos presenta una vez más con ese particular lenguaje que hace patrocinar una humanidad con los elementos justos para que desarrolle su más absoluta trascendencia.

Galería Benot Cádiz

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