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Cultura

Crónica de uno de los ángulos ciegos de nuestra historia

  • Pitusa Sánchez-Ferragut publica 'También se vive muriendo', una recreación de los diecisiete años que su padre vivió en un 'gulag' de la Unión Soviética

Ramón Sánchez-Ferragut nació en San Fernando y se hizo marino en la antigua Escuela de Náuticas. De sus diez hermanos, todos militares, hubo quienes cayeron a manos de los rojos y quienes lo hicieron a manos de los nacionales. "El trabajaba como mercante en el Cabo San Agustín para la compañía Ybarra, que era la que se encargó de llevar desde Valencia víveres y bienes y traer material bélico pues, con la guerra, los barcos fueron militarizados -comenta su hija, Pitusa Sánchez-Ferragut-. Hasta que en el último viaje ya no regresaron: tuvieron que quedarse en la URSS".

Dentro de ese grupo, se encontraban pilotos que fueron a entrenarse "y no volaron en su vida" y los marinos mercantes. "No tenían nada que ver con la División Azul, eran civiles de distinto sesgo ideológico que querían regresar a su país, pero ese gesto se entendía como una desautorización al Partido Comunista, y fueron enviados a distintos campos de trabajo, donde algunos permanecieron más de quince años", explica. Esa experiencia vivida por su padre es la que la autora relata en También se vive muriendo: una recreación en primera persona de lo que pudieron ser los 17 años que Ramón Sánchez-Ferragut vivió en distintos gulags soviéticos. "Como dice el historiador William Chislett, uno de los episodios más desconocidos de nuestra historia es la experiencia de los 270 españoles que fueron retenidos en la URSS al terminar la contienda civil -indica Pitusa Sánchez-Ferragut-. No fueron juzgados en ningún momento. Estuvieron dos años retenidos en Odessa en régimen de semilibertad y, cuando al fin les dijeron que iban a volver a España, los mandaron al primer campo de trabajo".

Tras lustros de internamientos, todos ellos olvidaron la esperanza de regresar: un deseo que, sin embargo, sí se haría realidad para algunos. Los supervivientes a esta especie de vacío político terminarían regresando a suelo español en dos contingentes: en el 46 y en el 53.

"Mi padre nunca hablaba de esto, yo creo que por el pacto de silencio que se produce entre todos los que han pasado por un campo de concentración -comenta Sánchez-Ferragut-. Además, recordar les hacía daño. Pero una vez me fui enterando de todo, fui empezando a comprender la forma de ser mi padre, por qué era tan estricto, tan reservado, por qué desarrolló esa sobre protección con sus hijos".

La historia que Ramón Sánchez-Ferragut vivió en los campos de trabajo soviéticos ha sido recreada por su hija a partir de los apuntes que el propio Ramón había elaborado, además de las notas que ella misma tomaba -"sin que se diera cuenta"- cuando hablaba. Después tocó cotejar todos estos datos con la documentación que se conserva en el Archivo de Historia de Amsterdam -donde se guardan las carpetas de todos los internados-: "Fue como elaborar un gran puzzle en el que pude ratificar que lo que contaba mi padre era verdad, que sus compañeros, por ejemplo, verdaderamente existieron". Un conglomerado de información al que se suman, también, testimonios de los afectados: entre ellos, el último superviviente del grupo, un nonagenario que vive en Madrid, y "que lo único que me ha dicho, después de todo esto, es que a las cosas no hay que darles tanta importancia".

Durante su reclusión, cuenta Sánchez-Ferragut en su novela, los presos trataban de vivir al día: "Trabajaban trece horas diarias y a veces los despertaban a las tres horas de sueño para obligarles a firmar la residencia. Pretendían vencerlos por cansancio. Mi padre estuvo a punto de morir un par de veces: en una ocasión, le dio una lumbalgia y lo dejaron tirado en un cuarto. Allí estuvo un mes, y sobrevivió porque los compañeros le pasaron ladrillos calientes . Otra vez, cayó congelado en un agujero sin que los otros se dieran cuenta pero, por suerte, despertó".

Pitusa Sánchez-Ferragut destaca los valores de unión y solidaridad que se dieron en el grupo de españoles, "incluso hacían huelgas de hambre, cuando lo que comían era sopa de col fermentada. Soportaban temperaturas de cincuenta grados bajo cero con trapos en los pies. El bicho que más resiste las temperaturas extremas , me decía mi padre, es el piojo".

El regreso a España, por supuesto, supuso un gran choque. En la vuelta, Ramón Sánchez-Ferragut sólo conservó un recuerdo de su paso por el gulag: el retrato que llegó a hacerle, sobre una tablilla y barbudo como un pope, otro de los prisioneros. "Mi padre se fue con una forma de vida y regresó a otra muy distinta -prosigue la autora-. Al principio, por ejemplo, no aguantaba dormir en la cama y se tiraba en el suelo, y se moría de calor en pleno invierno. Y tenía que ir comiendo muy poco a poco, por supuesto. Tuvo que hacer una adaptación progresiva a la vida".

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