Salud y Bienestar

La farmacia invisible

  • Los farmacéuticos se lanzan a la ofensiva en la reivindicación de su función clínica en el seguimiento de los tratamientos · Pero no está claro que no quieran cobrar por ello.

Materializar lo invisible. O, en palabras de Claudio Paulós, farmacéutico chileno, "transformar el intangible en producto". Quien dé con la piedra filosofal capaz de transmutar en euros contantes y sonantes el valor añadido del conocimiento que se comparte en el mostrador de una farmacia, pasará a los anales de esa profesión como un héroe. No sólo por razones crematísticas. En una sociedad donde los pacientes manejan con asiduidad (e ignorancia) una alta tecnología llamada medicamento, la diferencia entre saber y no saber es la que hay entre el éxito y el fracaso.

Entre los boticarios españoles empieza a cobrar fuerza un movimiento que reivindica su identidad como profesionales del medicamento y que reniega del tópico de los tenderos de bata blanca. Por motivos ligados a la competitividad -la gente irá a la botica donde se preocupen de verdad por sus problemas- y, también, aunque de modo menos consciente, por estrategia de supervivencia en el ecosistema: la erosión de la legitimidad social del actual modelo de oficina de farmacia es constante. Quizá lenta; pero constante.

Unos mil farmacéuticos de varios países (sobre todo españoles y, buena parte de ellos, andaluces) han hablado de todo esto en el Congreso Nacional de Atención Farmacéutica, celebrado en Sevilla la semana pasada. Cabe pensar que entienden como propio el compromiso con el paciente en lo que tenga que ver con su estado de salud en general y con los tratamientos indicados por el médico en particular. Son una minoría, si se piensa que en España hay más de 21.000 farmacias o, sólo en Andalucía, unas 3.500; pero son la gran oportunidad para que cuaje una masa crítica que fije a toda una profesión a los pernos del Sistema Nacional de Salud en tiempos de galerna, más allá de la mera "dispensación de cajitas de colores", como suelen decir algunos especialistas.

"Existe una cierta evidencia -explica Miguel Ángel Gastelurrutia, vicepresidente del Colegio de Farmacéuticos de Guipúzcoa y participante en este congreso como experto- de la existencia de morbimortalidad asociada a problemas relacionados con los medicamentos". Esa evidencia irá a más en una sociedad envejecida y, por ende -dado el nivel de protección social en España-, polimedicada. El seguimiento farmacoterapéutico parece ser la herramienta esencial (con permiso de la cúpula colegial médica española, que ve en ello una aberración). Pero los consejos no se venden al peso en la balanza. Es complicado ponerles precio. En general, los farmacéuticos se dan por pagados en su margen de beneficios cuando orientan puntualmente a un paciente al dispensar la medicación. Pero asumir con todas las de la ley el seguimiento de un tratamiento es harina de otro costal: coordinación con los demás profesionales sanitarios, gestión de archivos, control personalizado de la medicación, mediciones de parámetros, conocimiento del entorno social y familiar... Eso, además de buena voluntad, cuesta tiempo y dinero. Y, por ahora, los boticarios, salvo excepciones, ni lo hacen ni lo van a hacer gratis.

A tenor de la opinión de Gastelurrutia, "si queremos cobrar por el seguimiento farmacoterapéutico, el dinero tendrá que venir de la Administración". Este farmacéutico sabe de lo que habla. Actualmente, gracias a un trabajo previo no retribuido y a la negociación institucional, los boticarios vascos cobran del Gobierno autonómico 30 euros por paciente por efectuar el seguimiento farmacoterapéutico de personas usuarias de los servicios de atención domiciliaria. El Ejecutivo vasco está contento porque, además de ofrecer una prestación adicional, se ahorra dinero en recetas, se interviene en problemas de adherencia al tratamiento, se evitan confusiones de riesgo entre medicamentos de aspecto parecido. Los boticarios, contentos de su pica en Flandes. Los médicos, con más alivio en la consulta. Y los pacientes, satisfechos. "Pero, para que te crean, hay que demostralo", dice este experto.

Un ejemplo que no luciría mal en el discurso de la Andalucía sostenible. Sólo hace falta que alguien ponga en valor la experiencia acumulada, eche su cuarto a espadas y abra la negociación.

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