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Perfil. Íñigo urkullu

El discreto encanto del gris cálido

  • La hormiguita combina un perfil bajo con una acusada altura de miras a la hora de diseñar la 'soberanía compartida' sin alardes independentistas

Íñigo Urkullu Renteria (Alonsotegi, Vizcaya, 1961), una hormiguita entre tigres, ya tiene un pie en Ajuria Enea tras una legislatura al frente del Gobierno Vasco.

Moderado, es un hombre serio, metódico, religioso y familiar, con pinta de aburrido y fama de dialogante, de maneras educadas y con un discurso sin excesos verbales. Siempre sin perder su seriedad, dicen que es una persona accesible, discreta y afable que gana en las distancias cortas. Y en las largas, como demuestra su manejo de la construcción nacional vasca, sin prisa pero sin pausa.

Habla el euskera desde pequeño y ha vivido en primera línea la evolución de la democracia española desde la muerte de Franco. En 1977 se afilió al PNV y en 1980 ya presidía las juventudes del partido. Escogido diputado del Parlamento vasco en 1984, antes de dedicarse plenamente a la política trabajó de maestro en una ikastola.

El jeltzale recuperó hace cuatro años la llave de Ajuria Enea para el PNV tras tres años y medio de Gobierno del socialista Patxi López.

Conocida es también la buena relación que mantuvo con el ex presidente del Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero, con el que llegó a varios acuerdos, lo que causó malestar en el socialismo vasco. De hecho, apenas se habló con Patxi López.

A los 23 años, en 1984, ya era miembro de la Ejecutiva del PNV en Vizcaya, en la que permaneció de forma prácticamente ininterrumpida hasta 2007.

Urkullu accedió a la presidencia de todo el PNV en diciembre de 2007, cuando fue el candidato de consenso entre las dos almas del partido tras la marcha de su antecesor, Josu Jon Imaz, que dejó la política para dedicarse a la empresa privada.

Es un hombre sin carisma y mucho más gris que otros líderes jetzales, cuya mayor virtud es el pragmatismo. Su perfil tiene por bandera la discreción, dejando hacer más que haciendo y basando su fuerza en las debilidades de sus rivales. Así se deshizo de la dupla que aupó a Patxi López a la Lehendakaritza, así resistió el subidón de Bildu tras once años de ilegalizaciones y así ha conseguido hace pocas semanas condicionar la política española con un simple gesto: convocar elecciones en Euskadi.

Esa misma practicidad de Urkullu es la que le ha llevado a acallar el debate soberanista. El PNV mantiene las mismas pulsiones internas que aquel de Arzalluz e Ibarretxe, pero en esta etapa la discreción y el perfil bajo se han impuesto a la vía unilateral de los independentistas catalanes.

Aspira a ejercer cada vez "más soberanía y más autogobierno", y subraya que el sentimiento nacionalista e independentista no debería entenderse como contraposición a nada, sino como "identidad propia y hecho diferencial en clave positiva".

Hace unos días aseguró que él y su partido reivindican la soberanía compartida en un siglo en el que "la independencia es un término del pasado".

La convocatoria de elecciones de Urkullu respondía a un doble objetivo. El primero era autodescartarse de la investidura de Rajoy. Es cierto que el PP ha logrado la Presidencia del Congreso gracias al apoyo, entre otros del PNV, y es cierto que, aunque doloroso, este PNV sí puede permitirse votar al PP. Jeltzales y populares son de derechas, comparten visión económica y empresarial y hasta tradición religiosa. Ahora bien, permitir que Rajoy sea presidente ya es otra cosa muy distinta. Además a la vista de los resultados de ayer, no podría haber intercambio de cromos porque las suma de los escaños del PP y del PNV no alcanza la mayoría absoluta.

Sin la rémora de apoyar a Rajoy puede conservar la bandera nacionalista, al tiempo que ve a sus rivales directos competir por un nicho de voto que no le pertenece. Aquí la segunda plaza no estaba entre las fuerzas hegemónicas en Madrid -PP y PSOE- sino en el voto de izquierdas y soberanista de EH Bildu o prorreferéndum de Unidos Podemos, que sucumbió ante la formación de Arnaldo Otegi, que le pidió ayer a Urkullu que cuente con él. No parece por la labor. Anoche, recibido al grito de "ari ari ari, Urkullu lehendakari" tras su victoria, asumió la "responsabilidad" de formar Gobierno y reiteró su voluntad de conseguir una relación de "bilateralidad" con el Estado.

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