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Doble fondo

Roberto Pareja

El delirio de la normalidad

LA miopía del que lo ve todo claro es una tara de lo más normal, que hace que cualquier medianía se sienta un dios menor para despachar estólido (como el que masca su chicle con la boca abierta mientras te mira desafiante a los ojos) todo argumento contrario a sus intereses, ideales, obsesiones, o, simplemente, a esos complejos y mezquindades consustanciales a todo individuo, particularmente esos infalibles que sientan cátedra mientras te clavan muecas de desprecio si no comulgas con su visión de las jugadas y las jugarretas que dan la vida (y las urnas).

El gran problema de fondo es que la racionalidad estuvo, está y estará sobrevalorada, y todo lo que sea marcar distancias con ella servirá de multitudinaria coartada para que desde los seres queridos hasta el mayor de los desafectos se tomen el lujo de prevenirte, censurarte y hasta condenarte por cruzar esa línea roja que remite, en última instancia, a ese concepto abstruso que llaman normalidad.

Mariano Rajoy abusa de ella. Normal, con su talante conservador y su perfil disciplinado y austero, un gallego recio y de orden que juega al dominó con sus paisanos, lee diarios deportivos y se presenta como un tipo cabal al que le aterra la idea de que algún pichón bisoño (así se refería el PP no hace mucho al nuevo estadista naranja que ahora le está dando la vida), o quizá malvado, pueda arrebatarle el timón del país. A él, acabáramos. ¡Al más votado! ¡Y con ingente diferencia! Que si no queríais café tomad dos tazas, advenedizos, le imaginamos más de uno embriagado con sus ocho millones de votos.

Lo normal es que siga siendo el presidente del Gobierno y él lo sabe. Lo normal es que si no es él, nadie más lo pueda ser. Lo normal es que por lo pronto alcance un pacto con Ciudadanos que sacralice su genuino sentido de Estado, que bien debe haberlo desarrollado al cabo de 35 años de carrera política. Lo normal es que se acabe entendiendo con Albert Rivera, por muy "consternados" que se declaren sus chicos por la "falta de voluntad política" del PP para abordar las reformas institucionales y por su falta de concreción en las partidas económicas que requieren las medidas sociales que piden.

Lo anormal, más bien raro, quizá estrafalario, fue el breve idilio de Rivera con Pedro Sánchez, que el que tuvo retuvo y el líder naranja estuvo afiliado a las Nuevas Generaciones en 2002.

Pero la normalidad no duerme tranquila y puede acabar teniendo pesadillas si la investidura de Rajoy fracasara también a la tercera, en octubre (después de cascarla con seguridad el 31 de agosto y el 2 de septiembre), cuando hayan pasado las elecciones vascas y el PNV o ese Comité Federal del PSOE que se avecina en forma de caja de bombas no obran el milagro.

Su investidura sería lo más normal y sensato. Cualquier otra posibilidad se antoja hoy descabellada. Pero la normalidad y el sentido común no son lo mismo, por mucho que nos lo repita Rajoy. Vea si no al Papa, sacando a las mujeres del rincón de la Iglesia. Los tiempos cambian. Y van a revolucionarse en otoño, con el diabólico calendario judicial del PP. Será cuando el peso de la normalización democrática caerá sobre él. Y el sentido común le abrirá la puerta. Mariano, sé fuerte y vete, le dirá alguno.

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