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las claves

El momento de Pedro Sánchez

  • Premura. El candidato socialista trabaja contrarreloj en las negociaciones para ser apoyado en la investidura, aunque el enfrentamiento entre Podemos y Ciudadanos dificulta el pacto

SE han iniciado las negociaciones y todos, con Pedro Sánchez a la cabeza, trabajan contrarreloj para llegar a acuerdos de Gobierno. En La Moncloa, Rajoy está a la espera de acontecimientos. Pero no de brazos cruzados. No lo ha estado en las últimas semanas, aunque parte de la estrategia de Sánchez se ha basado en presentarlo como un político noqueado, inactivo, sin iniciativa y sin que mantuviera contactos con otros partidos. No era así. Ha habido contactos del presidente y de su equipo con Ciudadanos... y con personas del PSOE.

Hace tres días se puso nombre y apellido a una reunión: el almuerzo entre el jefe de gabinete de Rajoy, Jorge Moragas, con el ex jefe de gabinete de Felipe González y de Zapatero, José Enrique Serrano, hombre importante en el PSOE, muñidor de grandes acuerdos de Estado entre populares y socialistas, entre ellos el pacto antiyihadista. Moragas y Serrano no negociaron, intercambiaron puntos de vista sobre el endemoniado escenario político, y vieron la posibilidad de que un miembro del PSOE y otro del PP mantuvieran encuentros discretos para avanzar en posibles negociaciones.

Rajoy estuvo de acuerdo. Cuando se le planteó a Sánchez, dio su no rotundo. Presume de negociador pero en su propio partido hacen bromas al respecto: sólo lo aplica con determinados partidos o personas. Con Rajoy no quiere ni tomar un café. Lo detesta, así de claro, y se comprobó en el debate electoral que mantuvieron, en el que no pudo ocultar su animadversión hacia él. Sin embargo, está obligado a incluirlo en la ronda, y se verán la semana próxima.

Hubo buena sintonía entre Sánchez y Rivera en el primer encuentro una vez que el primero fue designado candidato a la Presidencia. Un inciso: Rajoy acudió a La Zarzuela el martes sin que nadie de su entorno supiera si iba a aceptar o no si el Rey volvía a proponérselo. No adelantó sus intenciones, al punto de que personas muy cercanas aseguran que estaba dispuesto a aceptarla y otras creen que la iba a rechazar. No tuvo opción a pronunciarse, porque el Rey no se lo ofreció, ni siquiera lo tanteó ni le preguntó. Ya había tomado su decisión y se la había insinuado a Sánchez, que salió de La Zarzuela tan seguro de que iba a ser el elegido que en su comparecencia posterior, con un tono exultante de satisfacción, anunció que si era candidato lo aceptaría sin reservas. Todos los que conocemos el mundo político dedujimos que iba a ser el nombre que don Felipe trasladaría al presidente de las Cortes, pues en caso contrario Sánchez habría quedado en ridículo.

Sigamos. El socialista y Rivera hablaron de todo. Éste le trasladó que si había acuerdo, quería que fuera recogido por escrito, con toda la minuciosidad posible, incluidas fechas en las que se tomarían determinadas decisiones y se llevarían ciertas leyes al Congreso para su aprobación. Y le advirtió a Sánchez que en ningún caso aceptaría un pacto con Podemos y que no creía en un Gobierno estable si no contaba con cierto apoyo del PP, que podía concretarse en una abstención. Al salir de la reunión, el líder de C's anunció que al día siguiente -el viernes- se iniciarían las negociaciones con el equipo de Sánchez, pero que ese mismo día las iniciaría también con el PP.

En el campo adverso, el de Podemos, Sánchez encontró el mismo mensaje. Pablo Iglesias le reiteró que no pactaría si eso suponía un acuerdo también con C's, y en eso volvió a insistir el líder morado en su comparecencia ante los medios. Aceite y agua, como comentaba un dirigente de Ciudadanos que afirma que ellos jamás negociarán con un partido que representa todo lo que ellos rechazan. Un dilema para Sánchez.

¿Cómo respira el PSOE? Los críticos, con silencio. Pero cuando se logra contactar con alguno que acepta hablar sólo si se respeta la confidencialidad del nombre, explican que han decidido que hay que dejar a Sánchez trabajar sin presiones, pero que lo que decidió el Comité Federal es incuestionable: no se admitirá nada que vaya contra la legalidad, negación absoluta a pactar con quien mantenga la idea de una consulta independentista en Cataluña y por supuesto no se aceptará ningún apoyo de procedencia secesionista, ni siquiera a través de ausencias cuando llegue el momento de votar.

Con esas premisas -Podemos excluye a C's, que aparta a Iglesias y quiere contar con el PP, Sánchez no quiere saber nada de los populares, más los números, las cuentas y las sumas que no encajan-, es imposible hacer pronósticos. En Ciudadanos tienen la sensación de que lo más probable son unas nuevas elecciones. Podemos no sólo lo ve posible sino que aspira a ello, sobre todo después de que el CIS anunciara que se convertiría en segunda fuerza, por encima del PSOE. Éste no se pronuncia.

En el entorno íntimo de Sánchez lanzan la idea de que los españoles no conocen el tesón del líder socialista cuando se marca un objetivo y lo ven en La Moncloa, mientras que los que llevan tiempo sorprendidos por sus decisiones y su acercamiento a Podemos -que no comparten- recuerdan una y otra vez las líneas marcadas por el Comité Federal, que no puede saltarse incluso en el caso de que consiga el respaldo de los militantes. Esa idea de Sánchez aprobada a regañadientes no es vinculante. Por encima de esa consulta están los intereses de Estado y los de partido, afirman.

¿Y el PP? Además de negociar abiertamente con Ciudadanos, y mantener contactos no abiertos con socialistas con los que dirigentes del PP mantienen buenas relaciones personales, están a la espera de qué ocurre con las negociaciones de Sánchez.

A pesar de que desde sectores cercanos al PSOE dicen que hay tensiones profundas en el PP, no es cierto, o al menos no entre quienes ahora tienen cargos de poder. Apoyan a Rajoy, que desde hace tiempo advertía que en la siguiente legislatura se abriría el proceso sucesorio, que él sabe perfectamente que es ineludible. La prueba fue los cambios que realizó hace unos meses, cuando renovó la dirección nacional para dotar de presencia a una nueva generación.

En la reunión con su grupo parlamentario, lanzó una advertencia: el PP tiene mayoría absoluta en el Senado. En el PSOE se apresuraron a decir que no tiene por qué impedir un Gobierno "de progreso", que no afectaría a su trabajo, pues el Senado es una Cámara de segunda lectura, sus resoluciones regresan al Congreso, que puede volver a cambiarlas antes de su aprobación.

Tienen razón los socialistas, pero un Senado jugando a la contra puede complicar a un Gobierno hasta convertir su situación en insoportable: puede retrasar plazos para que no se cumplan las fechas previstas para la aprobación de las leyes pactadas con los partidos que apoyan a Sánchez, puede una mayoría de senadores solicitar una semana y otra la comparecencia de los miembros del Gobierno para que informe sobre todo lo que se les ocurra, pueden esa mayoría provocar también una cadena de comisiones de investigación parlamentarias con las comparecencias que consideren pertinentes... entre ellas, la de Susana Díaz para que informe sobre los ERE de Andalucía.

El Senado tiene un papel poco relevante, pero en una situación de mayoría absoluta del principal partido de la oposición, está capacitado para provocar una absoluta exasperación en el Gobierno.

¿Qué va a ocurrir? No lo sabe nadie. Javier Fernández, presidente asturiano, ha pedido a los dirigentes socialistas abstenerse de comentar las negociaciones que mantiene su secretario general para intentar convertirse en presidente. "Es el momento de Pedro Sánchez", ha dicho. Lo es.

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