Mª Luisa Beneytez

"Cuando te enfrentas a tu obra el sufrimiento es una realidad"

Hay un azul parecido a esos ojos en las remotas islas Similan, Tailandia, costa oeste. María Luisa Beneytez (Sevilla, 1980) los clava sin piedad cuando explica que a ella sí le gusta el trabajo en equipo, que dibuja para que otros poetas se inspiren y levanten un puente entre ambas disciplinas, que es polivalente e inmune al desaliento. "Soy un tanque ruso", proclama. Y hace una pausa y después advierte: "No vaya a preguntarme por el origen, por las primeras acuarelas, por la vocación. Ese recurso está muy manoseado". A la orden.

-Ya desde su tesis doctoral predominaba la mujer.

-Buscaba una comparativa sobre cómo la representaron los artistas masculinos y femeninos desde finales del siglo XIX, atravesando la gran convulsión de principios del XX y concluyendo en los años 70, cuando llega el boom del arte feminista y la imagen de la mujer cambia radicalmente. Quise analizar cómo un hombre expresa a una mujer sin serlo, y cómo se dio tanta importancia a esa representación masculina, y por qué se denostó tanto el papel de la artista femenina y su propio cauce expresivo. Toda mi obra gira en torno a ese fenómeno. La propia sociedad empujaba a la mujer a quedarse en casa. Es el principio esencial de una sociedad patriarcal que se remonta al inicio de la historia.

-¿Pero determina el género el resultado de la obra?

-Si eres mujer vas a representar de una manera distinta. Yo expreso mis sentimientos como mujer, y no es un discurso premeditado, me surge de forma espontánea. No hago arte feminista, pinto lo que quiero y esto es lo que me sale. La mujer es la única protagonista en mi obra. Es mi álter ego, y todo lo que pienso y siento es lo que voy poco a poco proyectando. Me parecería hipócrita dibujar a un hombre representando tales sentimientos.

-¿A qué sentimientos se refiere?

-Depende. En mi proyecto sobre las pin-up, por ejemplo, quería cambiar un poco la visión de lo que supusieron. Eran una recreación al servicio del hombre, siempre para satisfacerlo, y yo opté por una mujer fuerte y seductora no por mandato sino por voluntad. Siempre hay una mezcla de sentimientos: indignación e inclinación.

-Toni Pagoda, el protagonista de la única y genial novela de Paolo Sorrentino, se queja de que hemos perdido la virtud de la sencillez. ¿Apunta hacia ahí su indignación?

-No es lo único que se está perdiendo. Se nos está olvidando el respeto y el amor hacia lo demás. La gente es egoísta. Se está disolviendo la comunicación y el ayudar a los demás gratuitamente. Y creo que es un gran problema y que dentro de un tiempo nos vamos a arrepentir.

-De alguna manera esto entronca con las nuevas tecnologías. Presencias virtuales por encima de presencias reales.

-Claro. Es parte de esa pérdida del respeto mutuo. En este momento, su conversación merece más importancia que otra historia que me tengan que contar desde una red social.

-Hace unas semanas revisité El Prado. Es tal la potencia de cuadros como Las Meninas o La Romería de San Isidro que en el espíritu de una pintora el impacto ha de ser doblemente brutal.

-Con el tiempo, las sensaciones cambian porque también cambian tus ojos y tu mentalidad. Cuando lo vi pensé que era un monumento. Y me enamora el Bosco, esas pinturas tan atrevidas para su época. O El Greco. Goya fue otro adelantado, como todos los grandes genios. Esos genios sufren a menudo el mal de la incomprensión de sus coetáneos. No es el caso de Velázquez, que trabajaba para la monarquía.

-Velázquez era aposentador real y amigo de Felipe IV. Las Meninas fue un encargo, digámoslo así, tras volver de Italia. ¿Trabajar a las órdenes de alguien mata la libertad del artista?

-En tal caso no puedes practicar una pintura totalmente libre. Estás atado al riesgo del rechazo del pagador. Pero si no comes no sientes libertad sencillamente porque no vives.

-El gran reto de todo creador es la superación de la autocensura. ¿Ha cruzado ese Rubicón?

-Lo intento de una época para acá. Muchas veces, aunque suene tópico, te pasan cosas en la vida que te hacen reaccionar y pensar que no hay que temer lo que piensan los demás. Dos hechos fundamentales en mi vida, dos malas noticias, me hicieron reorganizarme y volcarme en mis deseos creativos. Ahí es cuando coges el vuelo.

-El enemigo pasivo es la ausencia, la inconstancia, el frenazo.

-Entonces siento ansiedad. Y no necesito una ausencia larga, me basta un mes.

-Y también está la autocrítica. Corrosiva.

-Y común a todos los creadores. Cuando te enfrentas a una obra propia, y a mí me bastan dos semanas para vivirlo así, el sufrimiento es una realidad. Es intentar alcanzar una meta inalcanzable que te hace superar retos y levantarte cuando te caes. Los artistas normalmente somos bastante fuertes.

-Del proceso hay que disfrutar. El resultado que lo juzguen otros.

-Mi parte preferida es el comienzo, cuando tengo esa idea en la mente y me enfrento al lienzo en blanco y le voy dando forma. Mimar el aspecto me parece más pesado.

-¿Ser pintor, o inquieto en general, es un lastre en esta tierra?

-No lo sé. No me siento frustrada por no estar donde no estoy. La vida nunca cumple tus planes.

-¿Abandonará alguna vez a la mujer como núcleo de sus protagonismos?

-Jamás hago planes de futuro. Me dejo llevar. Cuando me canse de pintar mujeres a lo mejor vuelvo al paisaje o pinto floreros. Ahora combino dibujo y pintura y me miro al ombligo. También pinto animales (la serie We Are Animals). Se supone que científica o sociológicamente somos animales racionales, pero muchas veces somos menos racionales que esos otros seres a los que llamamos irracionales. Deberíamos aprender de ellos.

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