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J. J. Armas Marcelo. Escritor

"Con la enfermedad del nacionalismo no nace nadie"

  • Este periodista natural de La Palmas ingresará el martes 23 como miembro de la Real Academia Hispanoamericana, con sede en Cádiz.

Armas Marcelo nació en 1946 en Las Palmas de Gran Canaria y ha vivido en muchos lugares. Para él, su casa de Madrid "es la Paz, la serenidad, la armonía, la vida el trabajo y el descanso. Me gusta mucho la vida que llevo, perdone la estupidez", asegura, y por eso afirma que no se retirará "nunca". Multipremiado, dice no pensar en ello: "Ni siquiera pienso en los lectores. Cuando escribo cabalgo sobre un tigre y ese es ya suficiente esfuerzo". El martes 23 ingresará en la Real Academia Hispanoamericana, con sede en Cádiz, como miembro correspondiente.

-Usted es canario de nacimiento, pero por origen y trayectoria podría representar lo hispanoamericano.

-Yo me alegro de tener esa imagen. Responde a una vocación que nació en mí desde muy joven y que se ha ido enriqueciendo con los años. Vargas Llosa acuñó para mí un elogio de los mejores que nadie me ha dedicado: que soy el más latinoamericano de los escritores españoles y el más español de los latinoamericanos. Voilà. Me reconozco ahí, en ese lugar sin límites.

-¿Y no es un poco invento ese concepto hispanoamericano?

-No, no es un invento. En determinados casos, siempre oportunistas, bueno, puede ser que sea un invento. Pero en los casos vocacionales, no. Es como si usted me dice que ser internacionalista es una pose para ir contra los nacionalismos, cuando es al revés. En mi tierra canaria había un alcalde nacionalista, totalmente analfabeto, que creía que él había inventado los carnavales cuando los carnavales lo habían inventado a él. ¡Y llegó a presidente! Píquemelo menudo que lo quiero para la cachimba.

-¿Por qué cree usted que tantos prefieren lo de latinoamericano, o simplemente latino?

-Bueno, el término es un invento francés que ha corrido con mucha fortuna. Lo de latino es puramente gringo, seguido al pie de la letra por la inmigración como defensa de una personalidad, en fin, de por sí bastante mestizada. Ni siquiera saben lo que es el latín, ni mucho menos lo que es el Lacio antiguo, creen que es un equipo de fútbol de la Liga Italiana y lo es, precisamente, por ser de donde es.

-Y a través de lo americano, tiene usted una gran vinculación con Cádiz.

-Sí, sobre todo por Miranda, uno de mis héroes vitales. Pero Cádiz además es una estación constante en mi vida. Amigos y todo lo demás. ¡Ah, doña María en la Venta de Vargas, en San Fernando!, Caballero Bonald, Enrique Montiel, Paco de Lucía, tantos y tantos.

-Pero usted igual podría haber nacido nacionalista canario.

-Con la enfermedad del nacionalismo no nace nadie. Se debe a una educación errónea y suicida y a que la manía identitaria, esa locura de primates, es una superstición muy antigua, la llamada de la tribu, la llama Popper. Es una superstición sectaria provocada por un complejo de inferioridad que para taparse se transforme en un complejo de superioridad enfermizo y lamentable. Yo soy un internacionalista, convicto y confeso, mi amigo.

-¿Y el auge de algunos nacionalismos en España, como el catalán?

-Ya lo he dicho. Me parece un suicidio colectivo, la peor de las interpretaciones del flautista de Hamelín. Sale el psiquiatra loco con pinta de Madelman y de vendedor de planta de El Corte Inglés, toca la corneta y todo el mundo por la punta del muelle, a ahogarse. Dicen los secesionistas catalanes que se van de España porque aquí hace mucho frío, se entiende metafóricamente. Ya van a ver el frío que hace fuera de Europa, la tan denostada Europa.

-Mirado con perspectiva, el nacionalismo catalán es más antiguo que el de Bolívar, Miranda o San Martín.

-Lo que es más antiguo es Cataluña. Esos tres personajes que usted cita nunca fueron nacionalistas, tal como lo entendemos hoy, claro.

-¿Cree usted que los escritores, los intelectuales, deben pronunciarse?

-Que hagan lo que quieran, el hombre es libre, la mujer es libre y viva la librería, un buen lugar donde refugiarse cuando llega el bombardeo de la incivilidad y el analfabetismo.

-Eso suponiendo que a la gente le importe lo que ustedes piensen...

-Seguramente, no. Casi todo es inútil. Gritamos, los que gritamos, en el desierto sabiendo que gritamos en el desierto. Aunque algunos decimos que sólo sabemos lo que sabemos decir.

-¿Le gustaría a usted influir en la sociedad?

-Sería un desastre, deje esas hipótesis para los genios de la política. Yo me mantengo en mi escritura, que es parte de la libertad feliz en la que vivo todos los días, escribiendo lo que me da la gana, claro.

-Está escribiendo sus memorias ¿por qué cree que deben interesarnos? ¿se considera ya con edad, vida y perspectiva suficiente?

-Tengo 87 años, 67 de edad y 20 vividos intensamente de noche. Es buena edad, ¿no? Y he vivido muchas guerras y paces, multitud de trifulcas y geografías, historias, sé algo de literatura y de viajes, de mundo y bares, de burdeles e iglesias. Sé de la soledad y el tumulto, sé de la euforia y la tristeza. Sé mucho de mí, en paz con mis padres y con mis hijos, y al fin y al cabo en paz conmigo mismo.

-¿Aclarará de una vez en ellas que usted se llama Juan Jesús y no Juan José?

-Cuando me hicieron como editor el consejo de guerra en tiempos de Franco, en septiembre de 1972, en los periódicos de alcance nacional salió mi nombre de proscrito como Juan José, cuando en realidad es Juan Jesús. Bueno, me gustó tanto como Juan Jesús y ya me he cansado de discutir con mi propio nombre. Todos los que me quieren, e incluso los que no me quieren, me llaman Juancho  o Jota Jota.

-Es miembro de algunas academias ¿Le gustaría serlo de la RAE?

-Desde luego. Cuando llegue el momento. Esto tienen que decidirlo los académicos con su voto. Pero, desde luego, me gustaría mucho. Fíjese que desde Benito Pérez Galdós no ha entrado ningún escritor canario en la RAE. En fin.

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