El Rocío

Entre el orden y el entusiasmo

  • La Señora de Almonte se encuentra con sus hijos a las 03:01, sólo un minuto antes que el año pasado. El cordón de seguridad se repite en el interior de la ermita para evitar los colapsos.

Un año es una eternidad para el almonteño. Demasiado tiempo para el encuentro con Ella, para volver a tocar las andas de su paso de plata. Por eso siempre es poca el ansia por ser uno de los primeros en hacerlo, por situarse junto a la reja del presbiterio de la ermita y por lanzarse rápido para ayudar a alzar el vuelo de la Blanca Paloma. Este año, la Señora de Almonte abrazó a sus hijos a las 03:01, un minuto antes de lo que lo hizo en 2015, la diferencia justa que marca ese ímpetu de la madrugada de ayer, ya incontenible, que hizo romper todas las barreras en cuanto apareció el Simpecado de la Matriz en el interior del santuario.

Hasta entonces, el orden volvió a caracterizar las horas previas al salto. Esa fue la tónica habitual los últimos años. Había un evidente control de la situación entre el nutrido grupo de almonteños que a primeras horas de la noche se concentraba ante los escalones del presbiterio para tomar posiciones. Más tarde se repitió también la operación de abrir un pasillo en el centro para facilitar la salida de la Virgen fuera de la ermita, aunque el resultado final tampoco fue el más deseado: ocho minutos tardó en recorrer el camino hasta cruzar la puerta, después de que se rompiera el cordón de seguridad. Y es que el deseo de acercarse a la Pastora puede con todo.

El primer indicio de lo que estaba por llegar llegó a la medianoche: la apertura de la cancela para la salida del Simpecado de la Matriz para el rosario catapultó a los más jóvenes hacia la reja, agarrándose con fuerza a los barrotes para la espera. Los más veteranos los echaron al suelo. Quedaba mucho por delante. Diez minutos más tarde se abrió el pasillo en la nave central, desplazando a los romeros a los laterales. Se mantenía así la medida emprendida hace cuatro años para asegurar la salida del paso hacia la calle con mayor fluidez.

La Virgen aguardaba en su paso sobre la peana de mármol, con su sonrisa infinita, adornada con una guirnalda de nardos y arropada con el Manto de los Apóstoles. Los almonteños, ya con el ímpetu aplacado, esperaban el momento de su encuentro con Ella sentados en las escalinatas. Intensidad contenida, entonces. El rosario empezó a las 0:31, este año con música del Coro de la Hermandad de Granada.

Mucha calma en la ermita, más poblada de curiosos en busca de una foto y de fieles con una última plegaria antes de la procesión. Los laterales aún tenían espacio suficiente para acoger a más romeros que quisieran vivir de cerca el salto. No faltaban peregrinos habituales, ocasionales y primerizos; también sacerdotes foráneos y turistas extranjeros, maravillados con la pasión y el fervor, contagiados del espíritu mariano almonteño, resistiendo estoicamente horas de pie y empujones para vivir con emoción una experiencia única.

Al llegar a las dos de la madrugada, la cercanía del momento elevó la expectación. A los diez minutos, el primer conato. Nada serio. Aún era pronto. Aunque suficiente para que los más impacientes se lanzaran a la reja y la camarista, Mª Carmen Morales, tuviera que salir por primera vez a frenar la ansiedad juvenil.

Fue ese, también, el toque de atención para los más despistados. Los huecos que quedaban en el santuario desaparecieron. La tensión empezó a aumentar y con ella los esfuerzos en el cordón habilitado para el pasillo alrededor de la reja. La camarista seguía su labor apaciguando ánimos, igual que el nuevo santero.

El sonido de los cohetes anunciaban el final del rosario y eso provocaba, casi a las tres menos diez de la madrugada, el primer intento serio de saltar la reja. Era difícil controlar el ímpetu almonteño, pero ya era solo cuestión de pocos minutos, los suficientes para que terminaran de retirarse los últimos simpecados y que el de la Matriz llegara a la ermita.

Y lo hizo a las 3:01. Nada más aparecer por el dintel, la fuerza de la fe rociera fue ya imparable. Los más rápidos fueron los del flanco izquierdo del altar y un joven almonteño se coló rápido a tomar una de las andas en el centro del paso. La cancela se abrió y todos corrieron al abrazo con Ella, con la Virgen del Rocío.

Pero de una manera totalmente respetuosa, manteniendo siempre el orden, aguardaron la llegada del Simpecado, de manos del hermano mayor, Alfonso Bejarano. Y sólo hasta que completó su paso por el presbiterio, el paso no fue alzado sobre sus hombros.

La Señora de Almonte bajó con suavidad los escalones hasta la nave central, donde se mantenía el pasillo abierto. Eran muchas las ganas por acercarse al paso y eso provocó que se acabara rompiendo el cordón. No fue como hace dos años, cuando el colapso hizo que la Virgen tardara veinte minutos en salir. Los almonteños dominaron la situación y acabaron portando el paso entre palmas y vítores, con el repique de las campanas, cruzando el pórtico de la ermita a las 3:09, ocho minutos después del salto. La Pastora ya estaba en la aldea.

Esa salida del santuario no fue tan fluida como en ocasiones anteriores. Fue un anticipo del inicio de la procesión, quizá más brusco de lo deseado, entre el entusiasmo exacerbado por el encuentro con la Virgen y la necesidad irrefrenable de contribuir a portarla un año más como muestra de devoción infinita a la Patrona.

Por eso se prolongó mucho el paso por las primeras hermandades a las que visitó, como Villamanrique, ante la que se registraron las primeras caídas y paradas, o Umbrete, donde incluso la camarista tuvo que subir al paso para comprobar el estado del cetro de la Virgen y pedir a los almonteños más suavidad y cariño.

A partir de ahí el entusiasmo volvió a controlarse. Era momento de aprovechar cada momento. Porque queda todo un año para volver a estar cerca de Ella.

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