El Rocío

Siete horas de fervor rociero

  • La Virgen regresa a su ermita a las 10:30 arropada por una entregada marea de romeros. Culmina así una romería marcada por la excepcionalidad del Jubileo.

Siete horas sobre los hombros de los almonteños. Siete horas de devoción y tradición expresadas en salves, petaladas, palmas, rezos, vivas y piropos para la Reina de las Marismas. Fue la culminación de una madrugada marcada por el frío, la brevedad y el orden, tónica esta última que ya se hizo patente en el salto a la reja, a las 03:25, caracterizado este año por llevarse a cabo con más calma. La misma que reinó durante toda la procesión y que dejó patente el cambio que ha sufrido esta cita mariana desde que hace dos años se rompiera un varal del hermoso paso de plata que porta a la Señora.

El cansancio también dio la cara en la salida procesional del Lunes de Pentecostés, tercera vez en tres semanas que los almonteños -esta vez, ataviados con camisas celestes- sacaron a la Virgen tras la procesión por Almonte y el regreso de Pastora hasta la aldea después de su estancia durante nueve meses en la parroquia de la Asunción.

Por ello, y por la amenaza de lluvia anunciada para el mediodía, en la aldea ya se comentaba que este año la Blanca Paloma se recogería pronto. También hay que tener en cuenta que el 19 de agosto una procesión extraordinaria despedirá el Año Jubilar con motivo del bicentenario del Rocío Chico, por lo que aún queda otra ocasión por delante -la cuarta en apenas tres meses- para disfrutar de la virgen.

Sorprendida por la rapidez con la que la Blanca Paloma desafiaba el gélido amanecer, la gran familia rociera despertó apresuradamente. Recorriendo su itinerario habitual, el palio se detuvo ante algunas de las 112 filiales que peregrinaron hasta la aldea almonteña para fundirse con sus romeros. Así les devolvió el amor vertido y protagonizó algunos de los momentos más emotivos ante San Juan del Puerto o ante la puerta de Triana, donde llegó a las seis de la mañana para colmar de cariño a una hermandad que cumple 200 años.

Aún no había amanecido cuando la Virgen del Rocío llegó a las puertas de la Hermandad de Huelva, donde los romeros, con rostros cansados y emocionados, veneraron a la Patrona de Almonte, que entre pétalos partió apresurada para llegar a las 07:15 (tres horas antes que otros años) a la plaza de Doñana.

Buena parte de los simpecados aún no habían llegado al mágico enclave y, por ello, varios romeros echaban mano de sus móviles para explicar a su compañeros que se les echaba el tiempo encima. De esta forma, algunos simpecados llegaron corriendo a la amplia explanada, en la que este año se veían algunos claros.

Uno de los momentos más emotivos tuvo lugar cuando el Simpecado de Emigrantes se presentó ante el paso de la Reina. El director espiritual de la hermandad, embargado por la emoción y a hombros de uno de los numerosos fieles agolpados ante la Virgen, rezó la Salve y acalló con su entrega el murmullo de una multitud conmocionada ante la tez blanca y hermosa de la Reina.

Hasta las 08:45 estuvo la Virgen, portada por los almonteños, recibiendo el cariño de los devotos en la plaza y a las 09:48 repicaron las campanas de Moguer augurando la cercanía del final. Meciéndose, el palio bajó como si buscase los pétalos ya derramados. Pareció que la Virgen quería bailar sobre ellos cuando, de repente, la cuadrilla de almonteños que la portaba la levantó a un cielo cubierto de nubes, pero también de amor mariano.

Hasta la Matriz llegó poco después el paso de la Señora, donde el paseo estuvo marcado, al igual que en todo el recorrido, por los vuelos de los pequeños que, alzados por los almonteños que portaban las andas, tocaron el manto de la virgen. Tampoco faltó, un año más, la esperada petalada, que volvió a repetirse en uno de los laterales del santuario, desde uno de los balcones que se encuentran arriba de la tienda de recuerdos.

En apenas unos segundos se abrió un pequeño pasillo y el paso enfiló raudo la entrada a la ermita. Así, a las 10:30 llegó a su templo, entre aplausos, la Blanca Paloma. En el ambiente, menos nostalgia que en otras ocasiones, ya que en agosto habrá una nueva oportunidad de disfrutar de la Virgen. Tras el rezo de la Salve, la Blanca Paloma ya lucía en su altar, sin dejar de recibir todo el cariño de sus hijos almonteños y del resto de devotos.

El fin de la procesión, entre lágrimas, vítores y palmas, supuso el inicio del camino de vuelta para buena parte de las hermandades (otras parten hoy) que ayer culminaron otro año de vivencias y emociones que quedan ya para el recuerdo.

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