El Rocío

Jubilosos por creer junto a María

  • La coincidencia del Año Jubilar y el Año de la Fe enriquecen espiritualmente al Rocío. La Diócesis se siente acogedora con los jóvenes en la aldea que seguirán la JMJ en verano.

Pentecostés es siempre una fiesta de gran alegría. Jesús nos envía a su Espíritu Santo, cincuenta días después de su resurrección, para que podamos seguir dando testimonio de Él en medio del mundo. 

 

Es la fiesta del apostolado de toda la Iglesia, de todos aquellos que, por recibir la fuerza del Espíritu Santo, podemos manifestar ante el mundo la alegría de creer en Jesucristo. De este modo, aunque vivimos unos momentos de gran pesimismo y dificultad, esta fiesta debe llenarnos de júbilo, para que sigamos el ejemplo de los apóstoles que, siendo hombre pávidos y limitados como nosotros, el día de Pentecostés se llenaron de coraje y valentía para anunciar al mundo el mensaje que puede dar la alegría auténtica al corazón del hombre y transformar su vida.

 

En un día como el de hoy, debemos sentirnos como los discípulos de Jesús en el cenáculo junto a María, que estaba orando con ellos a la espera de que Dios cumpliera su promesa. Por eso, debemos pedir a Dios que derrame sobre nosotros su Espíritu Santo, Agente principal de la evangelización, para que seamos verdaderos testigos de Jesucristo en el mundo. Él nos regala los carismas con los que cada uno hemos sido enriquecidos y nos empuja a la Unidad (Cfr. 1 Cor 12, 4-11). Nuestra sociedad necesita un mensaje claro y nítido de fe cristiana, un mensaje comprometido y sin interferencias para el que sólo el Espíritu Santo nos puede inspirar.

 

Nuestra diócesis vive esta fiesta, de una manera muy especial, a través de dos acontecimientos: la Vigilia de Pentecostés, que congrega la noche del sábado a los fieles y movimientos apostólicos, y la Solemne Eucaristía de Pontifical que se celebra en la aldea almonteña de El Rocío, donde María intercede para que el "rocío del Espíritu" transforme nuestra sociedad.

 

Durante estos días experimentamos la acogida de muchos fieles que expresan su devoción y su cariño a la Madre de Dios, en su advocación de María Santísima del Rocío. En este sentido, el Año Jubilar en el que estamos inmersos es propicio para que, guiados por Ella, recordemos la necesaria renovación espiritual permanente de los cristianos. Como diría el Papa Francisco, el Año Jubilar pone de manifiesto que Dios no se cansa de perdonar. De la mano de María, Madre de Dios, muchos peregrinos se acercan a recibir el perdón, la reconciliación y la renovación espiritual.

 

No hay que obviar la importancia de todo lo ocurrido estos nueve meses en los que la Blanca Paloma ha estado en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Almonte. Han sido numerosos los grupos y las personas que se han acercado hasta sus pies para buscar su protección y este hecho está siendo una gran oportunidad para que todos salgamos renovados espiritualmente y fortalecidos en la fe.

 

Recordemos que, providencialmente, este Año Jubilar ha coincidido también con el Año de la Fe proclamado por el Papa Emérito Benedicto XVI para toda la Iglesia. En esta fiesta del apostolado que hoy celebramos, es importante tener presente que la fe madura comunicándola y compartiéndola. Los momentos de crisis por los que pasamos pueden ayudarnos a hacernos más conscientes de la necesidad de tener una vida más sobria y austera y a centrarnos más en los valores permanentes de la vida que en los efímeros. Aquellos que perduran son los que realmente nos llenan el corazón. Pues bien, la Virgen puede mostrarnos cómo crear ese estilo de vida y ayudarnos a resistir ante los momentos de mayor dificultad y a ser más solidarios con quienes más lo necesitan, porque somos hermanos.

 

Cuando los cristianos llamamos a Dios Padre y a la Virgen Madre, nos estamos comprometiendo a un amor fraternal, de manera que cuando experimentamos la alegría debemos compartirla y cuando pasamos obstáculos debemos tendernos la mano. Más que nunca este año debemos recordar el inicio de la Constitución Pastoral del Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, que señala que "los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. 

 

Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón. La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia". Así, la fiesta de Pentecostés en El Rocío podría ser una escuela de fraternidad y de solidaridad. 

 

La Diócesis de Huelva se siente acogedora y seguirá haciéndolo con el hermoso desafío previsto para este verano en la aldea almonteña, recibiendo a los jóvenes de las distintas diócesis andaluzas para unirse a la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud, en sintonía con el Papa y los jóvenes de toda la Iglesia presentes en Río de Janeiro, para convivir y orar con el lema 'Id y haced discípulos a todos los pueblos'. Será una ocasión ineludible de quedar enriquecidos con los valores de los hermanos a los que se acoge. 

 

Por todo ello, invito a todos los fieles a que pidan a la Virgen que les aumente la fe y los fortalezca. La Madre de Dios, modelo de fe y dichosa por haber creído, nos puede ayudar a madurar en la caridad con el prójimo y en el compromiso de cada día como cristianos: fe vivida, compartida y manifestada en el amor y el servicio a los más necesitados.

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