30 años haciendo el camino

El Papa Juan Pablo II, ante la Blanca Paloma

  • "¡Que todo el mundo sea rociero!", el deseo expresado desde el balcón de la ermita. Es el mayor hito de la historia de esta devoción.

El gran acontecimiento de la historia del Rocío lo pudimos vivir junto a los almonteños. Huelva Información fue testigo de ese momento único de un papa en la aldea, andando por las arenas. El 14 de junio de 1993 se conmemoraba, con su visita a Huelva y a los Lugares Colombinos, la clausura de los actos del V Centenario del Descubrimiento y la Evangelización de América. ¡Qué poderío, el papa en El Rocío!, gritaba la gente. "El que quiera ir al Rocío que vaya por las arenas, que no sea tan malaje de ir por la carretera", dicen las sevillanas. Así, hacia las 18:20, el papa Juan Pablo II pisaba las arenas, se dirigía andando -ni papa móvil ni nada- entre la gente, cercano. Accedió al santuario por la puerta de las Marismas. Allí los simpecados de las hermandades rocieras hacían como de retablo multicolor de devoción mariana sobre las paredes blancas. La imagen de la Virgen del Rocío esperaba al Santo Padre. Juan Pablo II se postró de rodillas en oración y El Rocío se hizo silencio, en profunda meditación, tanto en el interior de la ermita como en los alrededores donde se habían congregado miles de personas.

El santo padre, acompañado por el obispo de Huelva, Rafael González Moralejo, salió al balcón del santuario y allí hubo palabras de bienvenida y la invitación de Juan Pablo II a purificar El Rocío a hacer de él una escuela de vida cristiana. Reconocía su satisfacción por estar aquí: "Es para mí motivo de honda alegría y acción de gracias culminar mi visita apostólica a la Diócesis de Huelva peregrinando a estas marismas, en la que la Madre de Dios recibe, en la romería de Pentecostés e incesantemente durante todo el año, el vibrante homenaje de devoción de sus hijos de Andalucía y de muchos otros lugares de España. A esa multitud incontable de romeros he querido unirme hoy, ante esta bellísima imagen de la Virgen, para venerar a nuestra Madre del cielo".

Rezó tres Avemaría con los peregrinos y se cantó la Salve Rociera. Su despedida fue especialmente significativa por el mensaje que dejó. Tras haber pronunciado sus palabras, invitó a "¡que todo el mundo sea rociero!". Una frase del beato Juan Pablo II -pronto será santo- para estar escrita en las paredes del santuario.

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