Rociana del Condado volvió ayer a peregrinar a su reencuentro con la Virgen del Rocío. Como hace casi un siglo la hermandad filial número 11, por orden de antigüedad, volvió a descorchar su mejor solera y regar las arenas de una devoción mariana que no se doblega ante los azares económicos y cuya huella no barre el tiempo.

Siguiendo el ritual, la hermandad madrugó para celebrar a las ocho de la mañana la misa de romeros en la parroquia San Bartolomé Apóstol. Alimentados con la palabra de Dios y las bendiciones del cura párroco, el Simpecado se dirigió a la ermita de la Virgen del Socorro a realizar la preceptiva despedida de la Patrona rocianera. Tras abandonar el templo cristiano, el Simpecado dio lustre a una carreta que se vio coronada de decenas de ramos de flores, símbolo de recuerdo a viejos rocieros que no podrán partir, agradecimientos por peticiones cumplidas o bien de promesas que hacer llegar a la Blanca Paloma.

Nada más arrancar el pasacalle los vivas rompieron en las gargantas de los fieles, mientras que los cohetes volvieron a tronar en los cielos anunciando la singladura rumbo a las marismas almonteñas. La Escuela de Tamborileros de la Asociación Rociera 2019 tomó el testigo sonoro de la pólvora interpretando piezas como el alba, el romerito o las sevillanas más famosas que cada año son el santo y seña de toda romería que se precie.

Sin embargo, Pentecostés es especial para Rociana y así lo demostró una vez más volcándose sus ciudadanos de forma masiva. A caballo, en charrés, carriolas, carros, tractores o con el propio cuerpo y la medalla al pecho, cualquier medio de locomoción es idóneo si te deja al pie de la Señora.

Los cantes que de forma interminable acompañaron a la hermandad y su junta de gobierno, encabezada por su presidenta, Rocío Trigueros, se vieron interrumpidos a las doce de la mañana a la altura del Pino Cáceres con el rezo del ángelus. Desde entonces y hasta coronar la aldea bellas estampas preñadas de belleza como la entrada en la aldea para postrarse frente a la Madre de Dios, un momento en el que la casa hermandad contrastó con la soledad de un pueblo que volvió a brindar por un nuevo Rocío.