Tribuna Económica

gumersindo Ruiz

Cuatro Nobel y un listo

El autor Gumersindo Ruiz destaca los premios Nobel relacionados con la medicina porque, en su opinión, es el área que supone una mejora impresionante y única en el mundo de desigualdad e injusticia como la sanidad.

DE los premios Nobel admiro, sobre todo, a los de medicina. Hay, sin duda, una creatividad enorme en otros campos, desde la literatura a la física, pasando por las aportaciones a la paz, pero lo que supone una mejora impresionante y única en nuestro mundo de desigualdad e injusticia es la sanidad. Esta idea la planteó el premio Nobel de Economía de este año Angus Deaton, en su libro El gran escape: salud, riqueza, y los orígenes de la desigualdad, que es una afirmación sobre este gran cambio en la humanidad, que aparece sólo a mitad de los años 50 del siglo pasado. "De todas las cosas valiosas de la vida -dice Deaton-, seguramente entre lo más preciado está poder vivir unos años más". En la región subsahariana la esperanza de vida desde 1950 ha pasado de 38 a 54 años; en el sudeste asiático, de 40 a 65 años; en el este de Asia, de 45 a 75; y en el norte de Europa, de 70 a 80 años. Buena parte se debe a mejora en las condiciones sanitarias y hábitos de vida, pero sobre todo a los avances en la medicina; y si no se consigue mejorar aún más es por los conflictos armados, que, además de las muertes que causan, exponen a las poblaciones a penurias y enfermedades.

Este año comparten el premio Nobel, Youyou Tu, por su aportación al tratamiento de la malaria; y Satoshi Omura y William Campbell, por sus investigaciones sobre los parásitos que se transmiten por el agua. Ya en 1987 el laboratorio Merck, donde trabajaba Campbell, ofreció gratuitamente la medicina "invermectina" en regiones infectadas por gusanos parásitos, y algunas enfermedades están ya prácticamente erradicadas. Los tres son muy ancianos y trabajaron en estos temas hace ya años, pero se les reconoce ahora que descubrieran cómo combatir enfermedades que afectaban a cientos de millones de personas, con consecuencias para la mejora de la salud de las personas y reducir su sufrimiento, que son invalorables.

Martin Shkreli, un inversor, compró los derechos de "daraprim", una medicina contra infecciones para enfermos de cáncer y sida, a través de su fondo Turing Farmacéutico, y subió en Estados Unidos el precio de 13,5 dólares a 750 dólares la pastilla; en Inglaterra el precio antiguo es lo que cuesta una caja. Esta subida ha resultado tan escandalosa, que Hillary Clinton dijo en su Twitter que si llegaba a la Presidencia acabaría con esas prácticas. La reacción, con la volatilidad actual de los mercados, ha sido que el sector de farmacia y biotecnología norteamericano ha caído más de 40.000 millones en Bolsa, abriendo una vez más el debate sobre las diferencias en el precio de las medicinas entre países, y la incapacidad de los gobiernos para poner algo de orden en ese mercado, así como en el sistema de salud y sus infraestructuras.

Estos días en que se conceden los premios son siempre una buena ocasión para reflexionar sobre la dimensión social de los mismos. La simpatía y admiración que despierta el trabajo de los científicos, que no suelen ser personas muy ricas, y estudian y desarrollan su trabajo en universidades con un fortísimo apoyo público, no coincide con la que tenemos hacia otros, muy listos, que se aprovechan de esos descubrimientos, y negocian con ellos.

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